Fuente de inspiración

Fuente de inspiración

Nafcca

13/03/2016

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Mi calle en invierno es un melancólico retrato, que en verano desaparece tras las mareas de personajes y colores que la cubren. Quizás por eso me gusta mi calle, porque es extremista, como yo.

Cuando el frío aprieta, todos hibernan en sus casas; entonces la plaza desnuda y el banco desolado aguantan la inclemencia de la fría lluvia que los moja, y las secas hojas se elevan con el viento, cual suspiro que estremece el matorral. Todo se amontona en los resquicios, como queriendo dar paso a tan pocos pies.

Una fuente se ve desde mi balcón, pierde agua, y va dejando con su hilo incesante un pequeño charco que nutre los fornidos troncos de grandes pinos y plataneras. Tras la taza de café humeante, en mañanas de domingo, mis ojos se pierden bajo el velo de humo. Fijamente mi mirada se centra en aquella solitaria fuente que, sin querer, atrae a gente tan diversa.

Se acerca un hombre con los primeros rayos de sol, llenando en ella su garrafa, y entonces me pregunto qué diferencia hay entre ese agua de la fuente divina y el del grifo de su casa, -pero no será lo mismo- pienso, coger un poco de ese manantial sin dueño que de aquel que le pasa factura. ¿Y aquella tarde en la que levanté mis ojos de un libro y un muchacho con aspecto deportista bañaba a su perro bajo el fino chorro? Ah! Este se sacudía satisfecho y agradecido, que imagen tan bucólica para una tarde de invierno.

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Otrora un hombre mayor lavaba en ella sus pies cansados, miraba por doquier, como con cierta vergüenza y yo, yo contemplándole desde las alturas, invisible me regocijaba, sin dejar de sentir cierta pena.

En carnavales los niños hinchan sus globitos de colores en el gastado grifo de bronce, y el agua corre mojándoles, lo salpica todo, hasta que la quietud vuelve a la calle y ya la fuente, exhausta del frenesí infantil, solo deja caer sus lentas gotitas.

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En primavera los enamorados se enjugan el sudor de las pasiones y juegan al inocente rocío de los despertares sexuales. La fuente, que no tiene querubines, permanece incólume, como un testigo mudo de los primeros amores.

Pero en verano la página da la vuelta; una fuente mayor de agua salada dos calles más abajo de la mía, amontona a la gente en chiringuitos y toallas. No cabe una sombrilla, ni apenas se puede oír el murmullo de las olas. Y la pequeña fuente se queda escondida, cubierta por el denso follaje. Tras el olvido, solo vale de meadero a los perros, y los borrachos la miran con desprecio.

Y es que la fuente es una pieza contradictoria del mobiliario urbano de mi calle, que tiene un alma solitaria. Creo que espera impaciente, como yo, a que regrese el invierno, para satisfacer las sedes más absurdas, y para dejarse contemplar en la quietud del silencio.

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                                        FIN

                 (C/ D’Aragó, Salou, Tarragona)

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