Todos los días colgábamos el cartel de «no hay entradas», aforo completo, la calle ocupada. Marta mi amiga del alma en primera fila, Alvaro y su hermano Domingo (futuro marido y cuñado respectivamente) con lo ojos como platos, mis hermanos Rafa y Juan y los gatos en platea, y la calle a reventar. Saliendo a escena una servidora, proyecto de artista, peluquera, enfermera, veterinaria, médico o dentista, actuando para todos ellos, que emoción mas intensa experimentaba con los aplausos y las ovaciones.
Recuerdo aquel día que salimos a comprar a la tienda de Doña Leo, nunca iba sola ¡estaba a veinte mil leguas de viaje! esto era dos calles más abajo, por lo que siempre iba acompañada de mis hermanos. En aquella tienda era feliz, era enorme y tenia de todo, desde caretas para disfraces a tebeos para cambiar, todo tipo de artilugios para bromas y caramelos de todos los colores, por una peseta mí mundo se desbordaba y la maquinaría de la imaginación comenzaba a funcionar.
¡Que tiempos tan hermosos!, el caso es que de vuelta a casa, ya entretenidos por los tesoros que amasaban nuestras manos, mi hermano mayor resbalo y cayó en un agujero negro que daba al mismísimo centro de la tierra (una zanja) y asustada fue a buscar al séptimo de caballería (mi padre), recorrí aquellas veinte mil leguas rauda y veloz como el correo de zar pero sin caballo, o mejor, como cualquier paloma mensajera, que nunca detiene su vuelo hasta llegar a su objetivo y encontré al séptimo echando la siesta. Este ante la gravedad de los acontecimientos se puso en marcha y sin mirarme a los ojos me dijo «ya verás cuando se entere tu madre». El salvamento fue inmediato, la sentencia de mí padre se cumplió y la lección aprendida.
En fin, mi calle, mi infancia y mi futuro, esa calle de barrio que un día deje atrás siempre me acompaño y cuando nos fuimos a otra calle para vivir un mundo mejor, esa otra calle reemplazo a la primera, también maravillosa, pero esa es otra historia.
FIN
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