Sentado en mitad de mi calle, veía a la otra crecer, mientras la mía, permanecía. Al principio, la nada. Por aquel entonces, las fábricas hacían las calles: la fábrica de sombreros, las instalaciones de Hidroeléctrica, la fábrica de Coll. Y también las fincas de chalets: la finca de Fité, el chalet de “Les boles”, la finca de la Ereta.

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Alrededor de unas y otras se construían las casas, los pisos, las aceras. La gente paseaba por ellas y yo, sentado en mi calle, veía cómo la otra crecía. Pero en la mía, los niños jugaban y yo, me divertía.

Pasaba el tiempo y veía cómo los árboles de la otra calle iban creciendo, tanto, que tapaban las ventanas de los primeros pisos. Las bicicletas dieron paso a las motos y éstas, a los primeros coches.

Sentado desde mi calle, ahora no podía ver el final de la otra. Tanto había crecido que era la más importante, donde se concentraban todos los comercios, donde los bajos eran los más caros. Donde pasear, era difícil y jugar, imposible.

Yo sigo sentado en mi calle, mirando la otra crecer. Porque la mía está igual. No ha crecido, pero se puede pasear. Y aunque los niños no juegan, no es por falta de calle, sino porque no saben que antes, las calles, eran para jugar.

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CALLE SANTO DOMINGO – ONTINYENT – VALENCIA

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