Era demasiado entrar en el santuario para “confesarse” en la oscuridad de la noche. Era encantado, espectral; podría pasar como un brote de desvarío que nacía de la niebla, de la noche  no tan joven, no tan pura,  a penas la última locura en unos segundos antes de que termine el día.

Entrar ahí, al confesionario, quién sabe si estuviera dispuesto a atenderle. Desde la ventana de enfrente, luego de este momento, quién sabe si podría mantener la mirada ante su presencia o deberá guardarse de cruzar al cura por el resto de los años que le quedaban para irse a la facu, y olvidarse de este pueblo.

Fuera de esto cumpliría con la prenda de juego. Por así decirlo. ¿Tan transparente era para que los muchachos eligieran justo esa prueba? casi como si los hubiera hechizado para que dijeran justamente ésa, algo que deseaba hacer hace tiempo. Ya estaba hecho y pactado, si no volvía con una certera constancia de lo  realizado perdía por lo menos la posible tranquilidad del pasar un verano sin pedradas, sin insultos o blasfemias de la pandilla cada vez que cruzara la Calle Real entre una niebla que se tornaba llovizna ya. Parado, elucubrando sobre cada paso  que seguiría, decidiendo, tomando confianza.

Ya sentía el sudor en los brazos y en el vientre goteaba una fuente líquida que bajaba del cuerpo hacia la entre pierna para perderse como manantial en un cauce sinuoso. Ah! Tal vez si le pedía prestado su paraguas, o una manta, no se negaría, y valdría como trofeo ante los otros. Y sí,  debía obligarse a sujetar este temblor de las manos, y la voz seguramente, respirar profundo y atreverse.

De una vez, de una vez decirle al cura que lo amaba, que lo amaba con ese deseo prohibido y dulce al mismo tiempo.

Al abrir la puerta, cómo no adivinarlo, crujió indiscreta al eco, lo invadió un vaho profundo de esos que caracterizan a las capillas, incienso, esencias… Resultaba excitante y sicalíptico con la sensación de que una soga le apretaba el cuello y  le hacía sangrar los ojos. Al verlo allá, darse vuelta, esa sonrisa difuminó cualquier miedo, pavor o cobardía.

Se lo dijo. Ni siquiera hizo falta acurrucarse en el confesionario porque no había nadie en el lugar y el silencio denotaba una lúgubre presencia.

Pero lo hizo, dejó que sus palabras salieran y aprovechó para aferrar fuertemente esas manos suyas tan frescas, impetuosas,  resueltas a luchar contra la poderosa energía del maligno. Besarlas, libar, contagiarlas del incendio que le abría el alma en dos universos.

Le pidió el paraguas.

Al  bajar los escalones, con un llanto apretado salir a la calle, sabía que los muchachos ya lo estarían espiando frente a la bajada de la escalera desde la iglesia detrás de las tapias del bar. Pero ni él, ni ellos imaginaron la sombra que lo persiguió hasta la esquina, y lo besó ahogándolo de excelencia justo al final de la calle empedrada.

CALLE REAL.VILLA TULUMBA. CÓRDOBA. REPÚBLICA ARGENTINA.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus