Corría el año sesenta, acababa de llegar a Asturias, la tierra celta de la que tanto me habían hablado mis padres, emigrantes que nunca regresaron a ella pero que tampoco la abandonaron del todo, ni a ella ni a sus gentes. Así fue como llegué a esta maravillosa tierra con la memoria cargada de recuerdos ajenos y de historias, como la historia de Juan el pescador, que según mi madre, un día trece de un mes cualquiera,  regreso del mar hechizado, con la cara cambiada, y sin más alegato que el  de que no podía volver a navegar, abrió un bar llamado EL SIRENAS.

 No esperaba encontrarme EL SIRENAS en pie, pero ahí estaba, haciendo esquina, viejo y con encanto, como tampoco esperaba que el nieto de Juan el pescador me diera trabajo por recordar a su abuelo, a quien nunca conoció.

Si estoy contándoles esta historia es porque van a derribar el edificio en el que se emplazaba el bar, y siento que con el derribo van perderse no sólo recuerdos, sino un lugar mágico donde concurrieron historias…

EL SIRENAS tenía trece mesas, los paisanos de siempre decían que la numero trece estaba maldita, que fue cosa de Juan el pescador que sin querer y sin saberlo había hecho de esa mesa arrinconada un lugar extraño, que había dejado allí con sus relatos magia de sirena, que si una joven pareja se sentaba en ella en su primera cita, estaban abocados a un amor tan intenso como breve y finito. Cosas de viejos pensaba yo…

 Ahora frente a este cadáver del  SIRENAS, se me vienen a la memoria muchos nombres…

 Luís y María que en la mesa número trece perdieron la cabeza el uno por el otro, para poco tiempo después no tener nada que decirse, o los pobres Antonio y Elsa, que se quemaron con los ojos en el rincón encantado, o la historia de Elías y Marta que comenzó un día trece en la mesa trece para terminar más tarde con las cosas claras y el corazón duro…

 Hay tantos nombres, tantas historias, como la mía… que una noche de verano convide a una joven hermosa, y como un marinero sin miedo me hice a la mar de la mesa número trece, donde una sirena me robo el aliento. Ese era el designio de todos los marineros que varábamos en la mesa maldita, pero aun con finales tristes, aquella mesa, en aquel bar que ya casi no existe, se respiraba una magia  difícil de borrar de los ojos de todo aquel que se le acercaba.

Puede ser que al igual que yo, todas esas personas estuviesen condenadas a no amar nunca y puede que el aire del SIRENAS nos diera la oportunidad de sentir lo que no estaba escrito, y todo gracias a una mesa, en un bar llamado EL SIRENAS, el bar de Juan el pescador.

fin

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EL SIRENAS, CALLE HONDURAS, GIJÓN.

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