UNA TARDE MARAVILLOSA
Eran las seis y aún estaban en casa. Hoy no habían salido al paseo habitual de todas las tardes. Ese obligado y no siempre placentero paseo, desde que el Alzheymer de su esposa empezara a engullirlos en su espiral.
El salón se había llenado de sol a esas horas.
─¡Miguel! ─Llama asustada. Su nombre es casi lo único que recuerda.
Él le cogió la mano.
─Marido mío, cuánto te quiero, ¡hacía tanto que no te veía! Me habías dejado sola, y ya sabes que no me gusta.
─Pero ahora estamos juntos, preciosa.
─¿A qué huele?
─Es la rosa que te traje ésta mañana.
Él se la entregó delicadamente, con sus huesudas y firmes manos. Tomó ella la rosa entre las suyas, y acercándola a su mejilla pudo sentir el aroma de la primavera penetrando en su piel.
─Gracias cariño, ¡hacía tanto tiempo que no me regalabas una!
Entonces, María le dio la flor, mirando a Miguel con esos ojos verdes que le cautivaron desde el primer día. Él devolvió la rosa al jarrón de la mesita, junto a todas las demás, las que le traía cada día.
Mientras, el gato, también anciano, y envuelto por la armonía de aquella tarde, pupilas dilatadas y al compás del ronroneo, se deslizó entre las piernas de María y de un salto se acomodó en su regazo.
─Hola Bolita, ¿dónde estabas todo éste tiempo?
Peinó con sus cansados dedos el lustroso pelo del felino, mientras él frotaba su cabeza contra ella.
─Hueles a hierba, ¿qué has estado haciendo?
─¡Me está hablando! ─Maulló el gato su alegría─ ¡Hacía tanto tiempo, la echaba tanto de menos! Simepre disfruto de estar a su lado, pero es cuando me habla cuando se por qué sigo aquí. Compensa, compensa los días de soledad, de olvido.
Mientras, Miguel veía la televisión, ese partido de tenis que esperaba hacía meses, ¡la final!
─¡Siempre con el tenis!, ¿es que no trabajas hoy?
─Maruja, cariño, estamos jubilados hace treinta años, tenemos todo el tiempo del mundo.
─¡Calla hombre!, siempre tan bromista. Nunca podemos estar aquí sentados tranquilamente. Por fin hoy tenemos una tarde para nosotros solos. MIra que brisa entra por la ventana. Dame un beso.
Sentados en el sofá de casa. Respirándose el uno al otro. LLenando los pulmones con la paz del momento. Manos entrelazadas. Sabedores del deber cumplido. Y el regalo de una tarde nueva; solos, unidos, amando.
Cae la noche.
─Soñaré con ésta tarde, y con que ojalá pronto se repita ─Dijo miguel en silencio─ Mañana, como todos los días e regalaré otra rosa, y si no la pone en el jarrón… no importa, pero disfrutará de su perfume. Y yo, yo disfrutaré del suyo, su mío perfume a edad, ese que me mantiene vivo.
─Miguel, vamos a dormir. Estoy agotada de trabajar, no he parado en toda la tarde… Pero te sentí todo el rato cerca, como a mi me gusta. Hoy descansaré bien, dijo.
Jose A. Climent Sánchez
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