El pequeño aventurero

El pequeño aventurero

¡Vuelve a tu carriola! – le dijo la madre al niño. Este nunca escuchaba. Se había bajado con cuidado, deslizando una pierna mientras estiraba la opuesta. Emulando con su piecito la pintura de la capilla Sixtina, pero con el suelo. Siempre hay que conectarse primero con la madre Tierra. Un instante después ya se hallaba en el suelo. Dispuesto a realizar aventuras que en un futuro olvidaría sin fijarse, como una mariposa olvida la crisálida. Ya en el piso, se encontró al norte de una llanura, con construcciones, arboles e inclusive altares. Lo primero que hacer sería evitar la seguridad asignada por la hechicera que lo había recluido ahí, un gran ogro de más de 15 pies – al menos de los suyos- con una coraza de cabello alrededor de su pequeña cabeza y dientes grandes y separados. todavía no se preocuparía por ello, tenía que estar concentrado para moverse silencioso como una sombra, con su segunda piel puesta amortiguaba sus pasos. Corrió lo más rápido que pudo a una de las construcciones, un altar cuadrangular para colocar trofeos e imágenes de personajes importantes para la hechicera y sus huestes. Junto, encontró refugio bajo la sombra de un mediano árbol de la familia de las palmeras, de tronco grueso, esclavizado en una jaula contenedora, en esta tierra parecían enjaular las cosas bellas. De pronto, un ruido que venía del este. Al voltear, pudo observar al monstruoso celador de cabellos negros, que se hallaba concentrado en la caja atontante, un dispositivo que emitía luz artificial para eclipsar a las mentes más pequeñas y entrenarlas. Aprovechando esta distracción, se dirigió a campo traviesa hasta el mismo cuartel de la hechicera, lleno de herramientas de tortura, y fuegos eternos que cocían comidas todo el tiempo. Su misión era sencilla, acabar con la hechicera brincando sobre ella, o tomar el Bizcocho del Poder, preparación que lo haría poderoso por las siguientes 24 horas. Mientras entraba en La Cocina, se encontró frente a frente con la hechicera. ¡Niño, ¿qué te dije?! – vociferó la gigante mujer, tan alta que casi tocaba las luces celestiales – ven acá, te voy a poner otra vez en tu carriola. Pero las pócimas requerían su atención. ¡Meiinaa! – gritó a las llanuras tras del pequeño héroe. ¡Oh no!, ba-ba – masculló el aventurero, el ogro y su final se aproximaban. Observó que en la orilla de la mesa más a su alcance se encontraba El Bizcocho del Poder. Se estiró lo más que pudo y lo tomó. ¡¡¡Éxito!!! Lo había logrado. Cuando de pronto se sintió levantado por unos brazos largos y toscos – Lleva a tu hermano a su carriola, y mantenlo ahí – le dijo la mujer a su hija. Aún con el Bizcocho de Poder, no pudo escapar; el ogro tenía sus propios talismanes de poder al cuello. Por hoy la batalla estaba perdida. Hoy disfrutaría la derrota con la galleta. Mientras la comía se sumergió en un profundo sueño reparador. Mañana sería otro día.

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