Ese día Laura se despertó con la sensación de ser el pedazo de una cerámica rota. No hacía parte de nada. Más tarde visitaría a su mamá, tal como se le había vuelto costumbre. Cuando llegó, repasó una serie de fotografías que ésta mantenía en una repisa de la sala. Sus ojos se fijaron en una de color desvanecido que había visto en otras ocasiones sin mucho interés. Allí estaban las imágenes de su abuelo, su abuela y los hijos, entre estos su mamá, que habían sobrevivido a sus muchos embarazos. La cámara de recuerdos se movió hacia atrás penetrando por un largo y escondido pasadizo, mientras los rostros de color desvanecido empezaron a moverse y se agolparon buscando un lugar a su alrededor…
Su abuelo se adentra por estrechos caminos de herradura con rumbo hacia tierras aún no colonizadas. Azuza una recua de mulas y silba cada vez más fuerte para ahuyentar los espantos escondidos en las trochas. Con pericia, a varias de ellas había atado baúles en los cuales acomodó sus pequeños hijos. En una mula va su abuela con el rostro cada vez más adusto. Muchas veces ella baja y camina, cuidando que sus pequeños permanezcan a salvo. Las otras van cargadas con escasas pertenencias y un poco de comida para la familia. Con callos calzaron los pies en aquellas intensas jornadas. Sin embargo, no pudieron dejar atrás sus espantos. En busca de reposo, con ellos poblaron las nuevas tierras y defendieron su gesta. Así, entre andares apresurados y pocas pausas, como el caparazón de una inmensa tortuga, los callos llegaron hasta el último pliegue de la piel del alma.
En ese tiempo que hasta hoy extiende su sombra, el universo entero se redujo al rojo y azul. Con líquido de estos colores se llenó el cáliz de cada iglesia, se cocinaron los alimentos, y se mezcló hasta la cal para pintar las casas.
Ella había ido, como en todas sus vacaciones, a la casa de sus abuelos. Estaba jugando en el andén con los regalos traídos por el niño dios la noche anterior. De repente un fuerte jalón la tiró hacia dentro, y los inmensos y pesados portones frontales de la casa se cerraron. Con la orden de estar en silencio y tranquila, su tía, la autora del asombroso jalón, la retenía a su lado. Ruido de revólveres, venganzas y ajusticiamientos.
Al hombre de rojo le fue imposible olvidar el rostro de una mujer de aquel retrato. La mujer de azul del retrato intentó soñar. Luego, con jirones de su vientre fue obligada a cubrir todos sus recuerdos. El hombre de azul del retrato penetró con su intensa mirada un vestido rojo de mujer. Cuando sus sentidos desatados se juntaron alegres, un manojo de manos vengadoras gatilló su triste condición errátil. En ese lugar de la tierra los callos se amurallaron contra la ternura.
Desde aquel día Laura sigue buscando pedazos de cerámica rota y con cuidado los pone en su contorno. Podrían encajarle.
FIN.
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