-Mamá, ¿qué te pasa? ¿por qué lloras? -No es nada hija, se me metió algo en los ojos. Con aquella explicación Rosalía no se conformaba, pero no preguntaba nada mas, solo se quedaba callada y mirando de reojo a su madre sin que ésta lo percibiera. Así todos los días, Rosalía hacía como que se iba al colegio y se escondía detrás de la puerta de la calle, desde allí la escuchaba hablar con alguien entre sollozos desgarradores: ¡Hijo mío! ¿Dónde te has ido?, ¿estás bien?, por favor, ¡contéstame!, le decía al cuadro que sostenía entre sus manos,

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(ésta foto es la de ese cuadro). Pero no había respuesta. Rosalía se asomaba y no veía a nadie. Con gesto triste salió corriendo calle abajo sin mirar atrás, en su mente golpeaban como martillo una y otra vez la voz desgarradora de su madre, se planteaba todas las preguntas que una niña sensible se plantea ante la complejidad de la vida. Tenía apenas ocho  añitos cuando tuve mi primer encuentro con la sensación de vacío en mi interior al intentar resolver con todas mis fuerzas el porqué de la tristeza de mi madre y la melancolía de aquellos ojos azules tan maravillosos y bonitos. Quería que aquel dolor que la embargaba fuera mío y liberarla de él. Era un 19 de mayo, en el patio de la casa las flores se abrían para recibir el nuevo día y el olor de azahar del naranjo impregnaba toda la casa, un bonito despertar, menos ese día, mamá, cansada de tanto dolor, se marchó, como siempre unas lágrimas recorrían su bello rostro. Nunca conocí a mi hermano Manuel, pero siempre estuvo presente en nuestras vidas aunque FALTE EN LA FOTO.

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