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Hoy la realidad arrasa y los sueños de ayer se levantan en armas. Los recuerdos que eran caricia se han convertido en monstruos que burlones carcomen las entrañas. Las paredes ya sin tapiz permanecen desnudas, se desmoronan. La casa, grotesca mole, grita también su duelo y sus largos brazos me atrapan. Mientras ella cae en el olvido, vacía, muda y como nunca helada, yo me regocijo en el ardor de mis lágrimas.

Ya sin voces; sin mis cantos ni sus risas; sin cuadros ni las flores que alegraron otrora nuestras vidas, languidece con las pupilas estrelladas, ventanas rotas ya sin esperanza. Las plantas y las mascotas huyeron, unos más pronto que otros. Y los que se quedaron murieron; y lo confieso ahora, no por casualidad o azares del destino, sino por maldad y no de ellos sino mía que los imaginó muertos y al abrir los ojos estaban ahí, tumbados en el suelo luido, lleno de moho, de excremento, de vómito y sangre que fluye hacia la tierra y que en una mezcolanza inmunda hace figuras que horrorizan la mirada.

Con ellos se han llevado pedazos de mi cuerpo, y he quedado aquí, rota, sin cabello, sin ojos, sin boca, sin recuerdos. Se llevaron mi memoria, mi alegría… Mis mañanas con pájaros cantando en la ventana.

El más joven se llevó mis ojos.  Los mismos con los que curiosa miré su nacimiento, sus primeros pasos, sus juegos, sus conquistas. Aquellos que lloraron sus pérdidas y se iluminaron cuando hubo triunfos. Cuando lo mire alejarse contando las ganancias, incrédulos mis ojos salieron corriendo tras él.

La siguiente se ha llevado mis manos. Aquellas manos con que acaricié su pelo lacio, lave su falda y abracé su cuerpo cuando hizo falta. Manos suaves y fuertes, manos con que llevé las suyas a escribir sus primeras letras y que más tarde firmaron mi sentencia.

La de en medio se llevó una mitad mal tallada, con la que gemelas-a-medias nos unieron travesuras inocentes, conquistas inesperadas. Se llevó aquello de mí que ahora no recuerdo y por lo mismo me ha dejado como nunca desolada, rumiando dolor, masticando las raíces de lo que sembramos, balbuceando en un idioma inventado.

La mayor me arrancó la sonrisa y el cúmulo de pensamientos que, siempre paciente escuchó brotar de mi mente-espejo, los consejos, las fórmulas mágicas, los remedios y mis quejas. Sus chistes retumban en mi cabeza y me hacen reír a carcajadas como el payaso de una película que llora con el maquillaje corrido frente a sus espectadores.

Y aquellos que se fueron antes, los que comenzaron el juego y luego se largaron porque se acabó su tiempo. Se marcharon tan de prisa que no dejaron reglas claras para seguir el juego. Nos dejaron solos, a la deriva, confiados en que al verlos jugar hubiéramos aprendido los tiros, las apuestas y a pagar con honor cada deuda. Pero no se dieron cuenta que en medio de su juego fuimos sordos y ciegos, que nacimos ya pendejos.

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