Hoy me encuentro especialmente triste. Quizás mi estado de ánimo ha motivado que únicamente acompañen a mi soledad un sin fin de bebidas espirituosas. Pienso en la estupidez que impera en la vida, lo cruel que es tener que construirnos una esperanza para hacer más llevadera la espera de la Nada. 

Esta mañana recordé la vejez de mi padre: desde que se había jubilado, pasaba los días mirando por la ventana. Cuando le preguntaba si no pensaba moverse de allí, respondía que estaba esperando a ver los castaños en flor. Cada mes de julio su espera se veía recompensada, entonces él se levantaba de su silla y se metía en la cama, llorando día y noche, hasta que cuando las flores se marchitaban, regresaba junto a la ventana y esperaba a que los árboles florecieran una vez más.

Pobre papá.

Busco un álbum de fotos y lo siento conmigo en el sofá. Una foto me traslada a cuando yo tenía quince primaveras. Cada fin de semana mi padre llenaba de gasolina el depósito del coche y conducía a toda la familia al Pirineo. Una vez allí, yo le acompañaba en su búsqueda de nuevas especies de fauna o flora. Él tenía la esperanza de encontrar algo que aún no hubiese sido catalogado, creyendo que así se haría rico y que podría bautizar a su descubrimiento con un nombre que no perecería con el tiempo, sería repetido eternamente por infinitas voces.

‹‹Óscar, he pensado que si encuentro un nuevo mamífero con mucho vello, lo llamaré oscón; ahora bien, en caso de descubrir una flor, su nombre será la oscarda››. Cada fin de semana bajábamos del monte con un carrete lleno de fotografías y cajitas con especies de flora que mi padre no era capaz de identificar. Una vez en casa, comprobaba con sus libros que aquella especie ya tenía nombre y se pasaba el resto del día lanzando imprecaciones contra los cielos. Durante toda la primavera y parte del verano que duró la búsqueda, mi padre adquirió unos vastísimos conocimientos sobre ecología pirenaica (con toda seguridad, poca gente –ya fuesen foráneos o doctores universitarios– había llegado a acumular tanto saber en esta materia), pero sus pesquisas se vieron truncadas un día del mes de agosto, cuando un agente forestal de ICONA lo multó al encontrar una de sus cajitas repleta de Edelweiss. (La flor de las nieves es una especie protegida dada su vulnerabilidad medioambiental). Aquella multa acabó con las escapadas familiares de fin de semana y, con ello, creó una escisión irreversible en los puentes de comunicación que tenía con mi padre.

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