Nadie espera que la fría mano de la tragedia llame a las puertas de tu hogar, sin embargo es algo que no se puede evitar.

Mis abuelos eran dos humildes habitantes de un pueblo de Guadalajara, no tenían mucho, pero lo suficiente para llevar una vida sencilla y alegre.

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 En aquel entonces ya tenían dos hijos y mi abuela estaba con ellos cuando ocurrió el desastre; nunca se le olvidará el sentimiento que invadió su cuerpo cuando le dieron la desagradable noticia de que había habido un desprendimiento de rocas y su marido había sido una víctima de ellas.

Afortunadamente sobrevivió, pero el accidente le había dañado gravemente la espina dorsal lo que quería decir que no le quedaba mucho tiempo. La mayoría en esta situación se dejaría llevar por el pánico y esperaría con amargura el acechante aliento de la muerte, sin embargo este no fue su caso. Lucharon con fuerza contra aquellas olas que amenazaban con destruir sus vidas, mi abuelo se mantuvo firme ante todo mientras mi abuela permanecía a su lado dispuesta a ayudarle en cuanto lo requiriese; fue una tarea dura, pero nunca se rindieron.

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De algún modo consiguieron ganar aquella batalla y alejarse sutilmente de esa línea que separa los dos mundos, eso sí, no pudo evitar quedarse parapléjico.

Sin embargo mi abuelo, no contento con eso, decidió dar un paso más. Le disgustaba tremendamente la idea de no poder moverse sin ayuda, así que dejó la silla de ruedas y entrenó con las muletas sin descanso hasta que sus brazos consiguieron la fuerza necesaria para cargar con todo el peso de su cuerpo.

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 Cumplido su objetivo se puso uno nuevo, uno imposible de conseguir desde el punto de vista médico y era que mi abuela volviese a quedarse embarazada. Nadie creyó en su deseo pero no conocían la inmensa fuerza de voluntad que residía en sus corazones; encontraron a un doctor dispuesto a ayudarles y, con el tiempo, pudieron callar todas las lenguas envenenadas que les habían estado juzgando a sus espaldas. El milagro había ocurrido y una niña comenzó a formar parte de su familia.

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Se enfrentó a la muerte sin dudarlo durante treinta y tres largos años, realizó todo cuanto se propuesto y vio cómo su familia crecía e iba formando las suyas propias; no descansó hasta haber tenido en sus brazos a la primogénita de su única hija que, curiosamente, nació el mismo día que su cumpleaños.

Esa nueva niña que formaba parte de su vida era yo y, poco después, nos dejó, supongo que decidió que había llegado el momento.

Quizás algunos vean esta historia como una tragedia más de la época, pero yo ni siquiera lo veo como una tragedia, sino como un ejemplo de superación y amor. Si no hubiese sido por su coraje mi madre no estaría aquí y, por lo tanto, yo tampoco.

Mis abuelos no son sólo un par de ciudadanos más, son héroes.

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(Foto de sus tres hijos)

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