Él casi no habla pero aún así me parece necesaria su existencia. Mi madre habla algo más aunque tampoco mucho, más bien me escucha sonriente y me dice cosas bonitas. Tengo también una hermana pequeña que es muy buena. Siempre le dejo mis juguetes. Somos cuatro. Y luego están los otros, los de verdad.

Los de verdad son diferentes, no es que sean malos. Yo los quiero mucho, pero se enfadan conmigo por tener otra familia y me dicen que tengo que dejar de hacer el tonto. Bueno, no es exactamente que se enfaden, pero se quedan muy serios cuando me ven reír y divertirme sin ellos. Supongo que se les pasará y podré dejar de disimular. Como cuando les dio por prohibirme comer helados porque enferman la garganta. Se les acabó olvidando.

A mi madre no me atrevo a decírselo, me da pena. Así que ayer me acerqué a él sigilosamente en el pasillo, mientras el resto veía la televisión, y le expliqué que debíamos hablar menos. Se encogió de hombros. Me hubiera gustado que me preguntara «¿por qué?”, pero no lo hizo. Bueno, es que él casi no habla. Si es que estos tampoco son perfectos.

FIN

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