Mi hija como primera nieta, recibía toda la atención de sus abuelos, hasta que nació su primo.
Aunque a veces hubo instantes de inocente protesta, como cuando mi papá puso un juguete de la niña junto a su nieto, para el contraste de color en una foto;
y otras en las que al primo le incomodaba la forma en que ella lo abordaba;
crecían juntos, en armonía.
Adrián Esteban nació saludable. Se mostraba muy despierto y comunicativo. Una de las cosas que más recuerdo es que cuando se desplazaba en su andador, derrochaba energía. Parecía un torbellino. Por eso jamás imaginamos un invierno tan duro como ese, en que una bronquitis voraz terminaría en bronconeumonía, derrotando a su cuerpo en el lapso de más o menos un mes. Su primer cumpleaños lo pasó hospitalizado. Falleció 4 días después.
Luego del funeral del niño, mi hermano a quien nunca le había gustado la cuna de su hijo, porque le recordaba al enrejado de los angelitos en el cementerio; enrabiado la sacó del dormitorio, rompiéndola y tirándola al patio, junto con la basura en espera de ser retirada.
Más tarde, Tatiana que en ese momento tenía un año y siete meses, se dio cuenta de que la cuna de su primo estaba allí, y comenzó a buscarlo llamándolo por su nombre. Al oírla, fui a su encuentro. La niña estaba preocupada y quería avisarle a su primo que su cuna estaba afuera. Siguió corriendo hacia el dormitorio de sus tíos, que en ese momento, por suerte, no estaban en casa. Por supuesto su primo tampoco estaba allí. Al devolverse por el pasillo, de pronto se detuvo en seco y con un gesto inolvidable de todo su cuerpo, gritó: “¡Adriancito, aparece!”.
La tomé en brazos. Le dije que su primo ya no necesitaba su cuna y que no lo volveríamos a ver. Que eso significaba el que estuviese muerto, que no podía volver. Me preguntó a dónde se había ido. Obviamente en ese momento no pude darle mi opinión. Le dije que al cielo y que no se preocupara porque él estaba bien. Quiso saber si estaba en la luna. Le contesté que era probable que nos mirara desde allá. Al imaginárselo así, sonrío y se quedó tranquila.
Al año siguiente nació su primo Steve. Un poco antes de eso Tatiana ya asistía al Jardín. Pero por un tiempo más se acordó de Adrián Esteban, sobre todo cuando había luna llena.
Aún cuando han pasado muchos años, si se da la oportunidad recuerdo a mi sobrino en algún relato, como ahora. Pero como mi hija en aquel instante, todavía añoro una respuesta certera del destino de este pasajero tan fugaz y tan eterno.
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