LAS PALOMAS MENSAJERAS

LAS PALOMAS MENSAJERAS

Mirta Leis

14/05/2014

El barco se hamaca saliendo del puerto y una lágrima salada, como el mar, despide la bella Italia desde los ojos de María, aquella Siciliana de ojos oscuros y vientre fecundo. José, su esposo, carga la niña de apenas dos años. Atrás queda la familia, el idioma, los amigos…el mar marca el rumbo a la América pródiga, a la esperanza, al trabajo, al progreso.

A pocos días de llegar escriben su primera carta a Sicilia contando que María había dado a luz su segunda hija en una provincia de Argentina llamada Entre Ríos.

A partir de entonces las cartas van y vienen como palomas mensajeras de recuerdos, de alegrías y añoranzas.

Los Garozzo, María y José, tienen seis niñas, una italiana, las otras argentinas. Por las noches, junto al fogón, las historias familiares se cuentan a la luz de un farol, algunas veces, José canta con su voz de tenor una canción de su tierra y los ojos oscuros de María se llenan de un brillo salado que pugna por salir; en otras ocasiones, ella lee con voz pausada una de las cartas que llegan desde el otro lado del mar. En las noches de invierno, el mate, costumbre argentina, acompaña alguna que otra confidencia de los esposos, mientras ella cose y él escucha las noticias en la radio.

Los domingos son de fiesta, la misa, el paseo por la plaza, la pasta amasada en una tabla y la dulzura de las frutas maduras y jugosas recién cortadas de la huerta.

María y José nunca volvieron a cruzar el mar. El tiempo se encargó de amarrarlos a esta tierra. Las niñas fueron mujeres y trajeron sus hijos. La noticia de un nuevo niño en la familia se anunciaba con una carta,  cuando un hijo se recibía, aquí o allá, las felicitaciones llegaban por el correo, cada tanto, una encomienda iba o venía de Italia con regalos y cariños.

Con los años, llegaron los hijos de los hijos a la vieja casa de paredes nobles y también a ellos les leyeron las misivas de la tía Santa.  

La costumbre de las cartas se extendió aún después de que María y José murieran. Fue Águeda, la mayor de las hermanas, aquella pequeña de ojos azules que con dos años vino de Italia con sus padres, la encargada de repartir abrazos y noticias encerradas en sobres blancos, como palomas mensajeras, uniendo la familia de ambos lados del mar. 

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