Hasta donde llega mi memoria todo empezó aquí. El abuelo  Adrián y la abuela Matilde, por parte de la rama materna.1919. Cuando se hicieron la fotografía no tenían ni idea de lo que la vida les depararía. Gesto serio para una pareja de 19 años ella y 20 años él Capaces de asumir ya todas las responsabilidades que comportaba una vida adulta. Eran cabales y trabajadores, como se decía antes. Sin sonrisas. Probablemente se pusieron sus mejores galas para hacerse este retrato. La abuela su recogido y sus pendientes de domingo. El abuelo con traje y corbata. El pelo recién cortado y afeitado.

Miro a mis abuelos en esta fotografía en blanco y negro. Atrapados en ese instante exacto de sus vidas y pienso en la inocencia que transmiten sus miradas. Cuando todo estaba a punto de comenzar. Me pregunto por sus sueños y deseos. Les miro y no pueden verme. Les pregunto y no pueden contestarme.<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />

Me miran y no lo saben. Porque cuando nos hacemos una fotografía somos incapaces de adivinar la trascendencia que puede llegar a tener nuestra mirada con el pasar de los años.

Su mirada es una pértiga lanzada al infinito. A los 9 hijos que tuvieron. A sus nietos y biznietos. Su manera de hablarnos sin palabras. De decirnos que existieron. Que tuvieron una vida.

¿De qué material estaban hechos para aguantar estoicamente todas las tragedias que les tocó vivir? Primero las muertes de 3 hijos pequeños. Aún estaban juntos ¿Cómo se sigue adelante con una experiencia como ésa triplicada? Pero lo hicieron, con el alma hecha jirones continuaron.

Y luego llegó lo del abuelo. Su vida arrebatada con 47 años por los avatares de una guerra, como todas, sin sentido.

Por pensar libre. Por pensar diferente.

Ella, viuda con 46 años y 6 hijos que quedaban, vivió para contarlo hasta los 84, con la dignidad de una mujer fuerte que supo aceptar siempre como venía la vida.

       ¡Y qué se le va a hacer! La vida es así- recuerdo oírla yo desde pequeña

Y después me sonreía. Siempre estuvo de luto por su marido, al que ni siquiera pudo darle un último beso porque  le comunicaron su muerte, en un Febrero frío por carta, desde el penal de Lugo, con la lista de enseres humildes que tenía.

¿Le quedarían lágrimas a mi abuela? ¿Cuántas veces miraría esta misma fotografía para recordarle y contarle a él, como salían adelante? ¿Tendría tiempo para ello sin las comodidades que tenemos ahora para hacer las tareas domésticas?

¿Y cómo se sentiría ella en el Agosto caluroso de aquel mismo año, cuando él ya estaba muerto, y  llegó la carta de indulto, por falta de pruebas contundentes contra el abuelo, porque nunca hizo nada?

Ella lo supo desde siempre…Pero ya fue demasiado tarde.

Pues bien, de estos seres humanos vengo. Su sangre corre por mis venas y las de mi hijo. Orgullosos de albergar este río de la vida. El nuestro. Hermoso. Inmenso. Vivo.

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