En la vida hay  momentos en los que no queda más remedio  que decidir: lo tomas o lo dejas y fue una cuestión de oportunidad. Soy un profesional y estaba allí, con mi cámara en la mano. ¿Qué otra cosa podía hacer? Siempre me preguntan lo mismo, que por qué no me tiré a salvarlo. Y estoy harto de repetir que era imposible, que las olas le llevaron mar adentro en menos de un minuto y que yo no soy buen nadador, que con toda seguridad nos hubiéramos ahogado los dos. Así que, de un día para otro me convertí en un desalmado sin conciencia que fue capaz de filmar la muerte de un hombre sin mover un dedo por intentar rescatarle ¡Cómo si fuera tan fácil lo que hice! Estaba nervioso, muy nervioso  y a pesar de la  falta de luz, supe calcular a la perfección el encuadre, ajustar la distancia  y  la exposición correctas y mantener el pulso firme para que la escena pudiera verse con la precisión que merecía. Un gran trabajo que solo entendieron los productores de mi cadena, el mayor éxito televisivo de la temporada. Sobre todo la escena final, cuando con un magistral golpe de zoom, logré captar en primer plano el último gesto, las últimas palabras que pudo articular aquel hombre mientras palmoteaba en el aire en busca de un asidero imposible, tan solo unos segundos antes de hundirse para siempre.

Una vez más, me llamó hijo de puta. Pero bueno, no me afectó, hacía mucho tiempo que ya  no me dolía lo que dijera mi padre.

                                        FIN

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