De mis abuelos materno y paterno apenas sé nada. De mi padre tampoco. En mi familia siempre han sobrevivido las mujeres y a los hombres la tierra les ha engullido pronto en la memoria. A un abuelo se lo llevó la guerra, al otro la enfermedad, y a mi padre la tierra. Literalmente se lo tragó la tierra.

 

De mi abuelo materno sé que tenía cada ojo de un color, uno gris azulado y otro marrón. Mi abuela no se dio cuenta de ello hasta que tuvo a su primer hijo, a mi madre. Le miró la nariz, chata como la de su hermano. La piel, blanca como la suya. Los ojos marrones…Fue entonces cuando se fijó en que los había sacado a uno de los ojos de su marido. Tal vez el siguiente hijo sacara el otro, el gris azulado.

No me imagino a mi abuela paterna cuchicheando. Más bien me la imagino con su voz chillona y estridente y la zapatilla en la mano. No la recuerdo dando besos y achuchones pero sí destilando un aroma dulzón al azúcar quemado que siempre preparaba a los nietos. Esa sería su forma de dar besos.

Pocas veces la he visto sonreír. Más bien la recuerdo seria, plantada en la puerta con su bata negra con botones formando una hilera, su moño bajo de cuatro pelos bien tirantes, y las zapatillas negras con un agujero para permitir que asomara el juanete.

Con la zapatilla de la abuela nos lo hemos pasado pipa todos los nietos, sobre todo mi primo y yo. Provocábamos a la abuela con nuestras peleas y acabábamos formando un revoltijo de pies y brazos por el suelo de barro fresquito. La abuela no tardaba en asomar por la puerta chillando, con la zapatilla en la mano. Esos eran veranos.

De mi abuelo paterno sólo sé que murió en la cárcel de Santoña en los cuarenta, pero sé cómo era por una foto. Bueno, por una foto y por un sueño que tuve. Mi abuelo tenía los dos ojos verdes y la piel muy morena. Lo del color de los ojos lo sé porque me lo han dicho, y lo de la piel porque lo he visto en la foto. Aunque puede que no fuera tan moreno, pero las fotos antiguas tienen todas ese color sepia negruzco. Y los ojos muy grandes, o porque eran todos así, o porque se asustaban con el disparo de la cámara y abrían mucho los ojos. Sin embargo en la foto mi abuela, que también aparece, tiene el cuerpo menudo, vestida de negro, y mi abuelo a su lado aparece enorme, grandioso, con un traje negro y camisa blanca. Así lo vi la noche que soñé con él. Ojalá vuelva a hacerlo y me cuente cosas, historias de familia, aunque seguro que luego yo no me las creería. Es lo que tienen los sueños: que se confunden con la memoria, y a la memoria pronto se la traga la tierra.

FIN

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