Mi infancia tiene una casa y un montón de objetos. Esa casa es mi lugar, y los objetos, mis piezas.

Mi abuela me colocaba, aún en la puerta, delante de ella y yo escuchaba toda clase de alabanzas por su parte ¡El ángel de su abuela! ¡El corazón de…!

Nada más entrar, a mano izquierda, estaba la habitación que mi tía compartía conmigo; me encantaba jugar en la alfombra (esponjosa y de largo pelo) y por la noche, me hacía la dormida para ver como mi abuela iba a llamar al abuelo, venían los dos y me contemplaban embobados “tan dormidita”. Pocas veces me he sentido tan querida.

Después, el cuarto de estar, donde hacíamos teatro, y cuando la abuela planchaba  pretendía colocar la ropa en una cesta grande y plana, que se quedaba sin ropa por estar llena de niña ¡qué divertido jugar dentro de aquella cesta!

Y el balcón, desde el que contemplaba a los gatos del chalé de enfrente, junto a La Polar, donde mi abuelo me llevaba a tomar horchata.

Luego enfrentabas un largo pasillo, al final del cual estaba el baño, largo recorrido para hacer pis en invierno, en ese piso de altos techos y lejana estufa de butano.

Recuerdo la cocina con ventana al patio, por donde todas las mañanas oías desgañitarse a la vecina, cantando canciones de Manolo Escobar. Y la nevera, que guardaba el queso fresco y los tomates de mis meriendas. De la pared colgaba una libreta con forma de gato, donde yo escribía (empecé a escribir cosas de mi cosecha allí y en la Agenda Aspes, que la abuela me dio para que contara mis anécdotas).

Se trataba de un piso de alquiler frío, sin ascensor y con caseros de esos rumbosos que no quieren echarte para cobrar más, y se limitan a no arreglar nada para que consideres el irte a un lugar más cómodo.

Cuando mis abuelos lo consideraron yo ya no jugaba en la alfombra ni me metía en la cesta, pero los objetos y toda mi infancia seguían por allí…

…Una nueva casa, con calefacción y ascensor, acogedora y, sobre todo, con las dos piernas en forma de abuelos que me ayudaron a caminar por la vida.

Nos dedicamos durante algunos años más a llenar el nuevo cuarto de estar de risas e historias, y la abuela y yo pasamos tardes y noches recordando, mirando por el ventanal, y ella decía que en la otra casa era más entretenido, porque tenía más vida aquella calle.

Hoy, los abuelos moran en un lugar más oscuro y lóbrego, y yo camino sola y miro por otros ventanales…recordando.

FIN

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