Ha pasado la medianoche. Es mi cumpleaños. Cumplo ochenta y cinco años. A esta edad ya no se duerme como antes ni mucho menos. A estas alturas de la noche y sin poder dormir me vienen a la memoria recuerdos de mi vida, es curioso que me acuerde más de las cosas que sucedieron hace años, que de las que suceden en estos días.
Recuerdo cuando llegué a mi familia, desnutrida, llena de piojos y a punto de “estirar la pata”, como decían entonces; se me pasa por la mente los recuerdos que me dejó el paso por las Escuelas Aguirre unas de las más prestigiosas de Madrid, a las que mi madre nos llevó a mi hermano Alejandro y a mí.
Me lleno de tristeza al recordar la libertad que se respiraba en Madrid con la República y luego, la maldita guerra y el cambio de gobierno que nos privó de nuestra libertad y me cambió la vida… Porque con trece años cambió la ley y mi madre biológica me reclamó, tuve que conocerla, pero la odiaba, quería que viviera con ella, de hecho lo hice durante una temporada, luego me quede con mi madre adoptiva aunque tuve que seguir viendo a aquella señora; nunca he creído en los lazos de la sangre, ¿cómo pudo abandonarme?
Veo a Alejandro como si fuera ayer, encima del ring boxeando. Mi hermano además de ser muy inteligente fue boxeador aunque nunca llegó a nada porque era demasiado bajito para el boxeo; le recuerdo escapándose de casa para ir a la guerra y a mi madre montando el pollo a los superiores de mi hermano porque era menor de edad, ¡qué mujer! Siempre conseguía que mi hermano volviese a casa, aunque se volvía a escapar. Me acuerdo de cuando por fin consiguió ir a la guerra y de cuando murió y de lo mucho que lloramos su pérdida.
Pero no todo fueron tristezas, que va, todavía me viene a la memoria la cara de aquel sujeto que me cortejaba, y del que mi madre decía que era un buen partido, ¡ya ves tú!, como si yo no supiera que era el más rico del barrio, que tontería, pero nunca le hice caso, y me casé con mi José, que me dio cinco hijas maravillosas. ¡Ay, Dios mío! Y lo guapa y joven que estaba yo entonces…
Mi marido murió muy joven, y viví sola hasta hace tres años ¡madre mía, cuánto tiempo sin ir a mi casa! Ahora vivo con mis cinco hijas, y tengo diez nietos y dos biznietos a los que quiero mucho.
Ya ha amanecido, la noche se me ha hecho muy corta. Comienza un nuevo día…
FIN
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