He estado en casa, por   fin he encontrado fuerzas. 

Después de subir los cuatro pisos sin ascensor llegué al descansillo, me quedé un rato con la mirada fija en la puerta.

_Dios cuantos recuerdos_, todavía está la placa de latón con tu nombre, mamá nunca la quiso quitar. Se me hace un nudo en la garganta. Por fin meto la mano en el bolso, revuelvo sin mirar hasta dar con el llavero. La casa olía a café recién hecho, como cuando llegaba del colegio por las tardes, así olía,  mamá.  Con los ojos todavía nublados  me senté  en el sofá, el sofá de cretona que compramos. ¿Te acuerdas mamá?, cuanta ilusión nos hizo, pasamos días visitando tiendas de muebles hasta dar con aquel que nos pareció el idóneo cuantos recuerdos me vienen a la mente.

Demasiado pronto me fui lejos de ti, hablábamos por teléfono una vez a la semana y yo iba a verte dos veces al año, en semana santa y en verano. Ahora   que ha pasado el tiempo se que no era suficiente, pero tú nunca me hiciste ningún reproche, siempre alegre, siempre me hacías sentir especial, y ya lo creo que lo era te tenía a ti por madre.  La vida es demasiado corta y cuando quise darme cuenta ya no estabas.  Mamá te echo de menos, te necesito, necesito descolgar el teléfono y oír tu voz. 

Sin pensar abrí la puerta del mueble, ese  donde guardabas la lata de las fotos, empecé a remover y encontré esa foto donde estas tú y papá en la azotea de tití Carmela,  ¡Que felices se os ve! Me acuerdo de ese día como si fuera ayer. Yo me había quedado a dormir con la tía y vosotros me fuisteis a recoger al día siguiente. A mí me gustaba quedarme allí a dormir. Luego nos montábamos los tres en la moto y nos íbamos para casa o a merendar a algún sitio.

Mas tarde toda esa felicidad se esfumó, porque tú, papá nos dejaste. Aquel infartó te apartó de nuestro lado. Yo no sabía que quería decir esa palabra pero a mis once años sabía que tendría que ser muy mala, para separarte de nosotros.

Quiero deciros que soy feliz, que siempre he intentado seguir vuestras enseñanzas, soy una persona honrada, una buena madre y una buena esposa. Pero eso no es mérito mío sino vuestro, porque  tuve en vosotros el mejor ejemplo.

Ahora también soy abuela, un niño y una niña. Cuanto los habríais querido, tanto como los quiero yo.

Os diría muchas cosas más, pero las lágrimas no me dejan. Ya sabéis lo llorona que soy, eso también lo he heredado de vosotros, somos de lágrima fácil. Son lágrimas de pena porque ya no estáis, pero también de alegría y de orgullo porque he tenido los mejores padres que se puede tener.

Adiós queridos papá y mamá. 

La Pepi.

Fin

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