Como si fuera ayer

Como si fuera ayer

Ross RH

10/05/2014

Como si fuera ayer

Era mi primera vez en Praga. La primera vez en mi aventura de viajar y de sentirme independiente de mi familia. El olor del brote de la naturleza de mayo estaba impregnada en el ambiente. Se oían risas, gritos de alegría en tan diferentes idiomas; todos incomprensibles; todos transmitiendo la lengua universal de la libertad y del goce del vacacionar.

Sin embargo ante esas risas y gritos de alegría, el clamor de las multitudes empezaba a dictar mi corazón. Los pasos se convirtieron en dictófonos, las risas en fantasmas de niñez. Detrás de todo ello se asomaba el idioma que usábamos en familia, especialmente cuando salíamos en viajes cortos fuera de la ciudad. Se trataba de algo más que la independencia que el vacacionar proporcionaba.

Mi condición empeoró al incorporarme en el puente de Carlos que cruzaba el río Moldava. La trayectoria al cruzarlo fue un verdadero calvario. Mi palpitación se disparó a niveles jamás alcanzados. El calor pegajoso había secado mi garganta y la luminosidad de los rayos solares en el río Moldava me deslumbraban, me desorientaban y por poco me hicieron caer.

Me sentí segura una vez alcancé la torre del puente del lado de la Ciudad Vieja. Subí con prisa, como si de esta manera subiera a flote después de haber estado sumergida en una cápsula de calor, risas, desorientación y deslumbramiento.

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Desde arriba contemplé los movimientos de las multitudes: iban y venían. El hormigueo era constante. Pero el agua deslumbrante se mantenía tranquila. De hecho había acaparado mi atención. Sentí el vínculo con ese pasado latente a pesar de la distancia de lugar y de tiempo. Me vino la memoria de nuestro viaje familiar.

Allí estaba mi familia unida. El sol iluminaba esas caras sonrientes que escondían un vínculo turbio. Mi hermana estrechaba su brazo protector al hombro delicado y frágil de mi hermano. La distancia emocional parecía corta. Quien diría que ésta se volviera tan grande como la distancia que separa un continente del otro. Mi madre parecía haber encontrado el apoyo en el brazo de mi padre, el cual difícilmente dió a torcer en momentos decisivos en nuestra vida familiar. Me mantenía atada a los barrotes de seguridad de la torre. Ese recuerdo me daba vértigo. Al mismo tiempo me llenaban de un calor muy particular ya que este fue uno de los pocos momentos familiares que pasamos juntos. Fue un día que empezó con el entusiasmo y esperanza infantil de nosotros como hermanos. Desafortundadamente, terminó como mis padres ya sabían que terminaría. La distancia de nuestro vínculo se había distendido a lo que es hasta la fecha.

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Al contemplar la serenidad del agua cristalina del Moldava, puedo ver que este recuerdo se ha cristalizado en mi mente. Con el renacimiento de la naturaleza, momentos como este brotarán una y otra vez. Quizás ésta sea la única esperanza latente que me quede para poder ver a mi familia unida independientemente de las circunstancias del viaje familiar de aquel día.

Fin.

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