Aquí estoy yo, junto a mi abuela Teresa. Me dijo que nos tomarían una fotografía y por las prisas ya no pude peinarme, en cambio ella se ve regia, alcanzó a asomar la cabeza y los pies, puso sus manos graciosamente, como si fuera algo casual; yo solo acerté a pararme junto a ella y traté de sonreír. Ella descansa en su hamaca preferida, la que siempre lleva al balneario «Atotonilco» en el Estado de Hidalgo, es de aguas termales. Mi abuela, Teresa, tiene amigos en el lugar, le ayudan a colgar su hamaca. Charla con ellos por las tardes, pasean y se divierten. Se puede ver el pozo que construyeron los dueños del lugar, la ventana por donde se cuela esa agua dulce que me gusta probar con la lengua cuando estoy dentro de la piscina, también hay un árbol de huajes. Teresa, mi abuela, de repente corta algunos y los comemos con tortillas.
Yo soy Teresa también y en cierto modo me parezco a mi abuela, tenemos el «paradito» similar, las manos, la mirada, aunque ella la tiene almendra y yo café, su trenza es roja y la mía oscura, nuestras manos idénticas. Solo tengo cinco años, mi mundo es junto a ella, lo sabe y me abraza con solo mirarme. Hoy nos tomamos esta fotografía, donde ella está hermosa, aunque solo asome la cabeza y los pies.
Alguien me tomó una fotografía junto a mi hija, parece que yo fuera mi abuela, la cara redonda y el peinado de raya en medio, las manos casualmente puestas en forma similar y la sonrisa a medias, como cuando tenía cinco años y estaba junto a mi abuela, en ese balneario que la hacía tan feliz. Hace algunos años.
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