La evidencia de lo desconocido

La evidencia de lo desconocido

Maite Ridaura

07/05/2014

Historias de familia.

La evidencia de lo desconocido.

Todas las familias tienen historias, algunas de ellas son para contar, al menos el que las cuenta tiene cierta satisfacción en narrarlas. Otras, por el contrario, se ocultan, quizás no son del todo ignominiosas, pero pueden afectar a la máscara oficial que deseamos mostrar y conservar frente a los demás. La transparencia, la desnudez, es un rasgo inusual del carácter social humano.

Mi familia  la conformaban personas discretas, como casi todas las familias pobres. Pocas cosas extraordinarias pasaban en aquella época, lo más sobresaliente fue haber pasado la guerra, la maldita guerra española decía mi padre. Después de la guerra ya todo fue hambre y espíritu de supervivencia.

Los acontecimientos más notorios; un entierro, una boda o un nacimiento. Todo lo demás fue gris o descolorido, pero algunas veces salían a la palestra habladurías que nadie podía constatar, pero que corrían de boca en boca y eran aceptadas como testimonios verídicos. A pesar del maligno juicio de una moral eclesiástica, la verdad es que las cosas no iban muy lejos, ni las buenas obras ni las malas tenían demasiado poder de expansión, no había ni televisión, ni Internet ni teléfono, ahora todo sucede a la velocidad de la luz, aquellos tiempos yo los recuerdo como suspendidos en el aire.

Recuerdo a una tía de mi madre “a sister in law” de mi abuela, a la que todos los que la conocían le endosaban buenos y positivos adjetivos. Tenía la suerte de tener un padre tabernero al que ayudaba cada día en el bar,  en donde ella tenía la oportunidad de lucir todos sus talentos. Eran los ricos de nuestra familia.

Cuando yo la conocí ya no era tan guapa, ni tan simpática, aunque ella se esforzaba por serlo. Dicen que cada hombre  o mujer después de los cuarenta tiene la cara que se merece. Pensamientos, sentimientos y actitudes determinan el mapa de nuestra expresión facial, dan luz u oscuridad a nuestra mirada y ordenan las arrugas en nuestra cara. Ya sé que nuestra herencia genética y la exposición a los agentes naturales, sol, viento, frío,  tienen algo que ver en lo que acabo de decir pero, ese algo tiene un tibio protagonismo comparado con el calor interno de nuestras iras y frustraciones a lo largo de los años vividos.

Mi tía abuela no tuvo hijos después de casada. Mi abuela decía que su cuñada no tenía hijos porque Dios la había castigado. ¿Por qué la había castigado Dios? Me preguntaba yo.

Años tarde yo en conocer el pecado de mi tía. Fue el horrible pecado de tener un hijo siendo ella soltera. Nadie la vio embarazada, ni cuándo ni dónde salió a la luz la criatura, ni de quién fue el niño, o la niña. Nadie supo nada, pero parece ser que los acontecimientos fueron transparentes. Despareció ella un tiempo y regresó. Todo eso era la realidad translucida que todos sabían y propagaban en secreto y que nunca nadie hubiese podido probar.

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