Ese chico con el rostro borroso, aferrado al brazo de mi padrino, soy yo. Fui yo. El único niño retratado el día del éxodo de nuestro pueblo.

 Un buen día llegaron los del gobierno y dijeron que La Villa había sido fundada en un pozo; que el pozo sería un gran lago con un gran dique; que de nuestro sacrificio dependía la fertilidad de vastas superficies de tierras sumamente áridas y que, además, daría electricidad a mucha gente. Y no sé cuantas cosas más dijeron que dependían de nosotros. Entonces censaron a los vivos para construirles nuevas viviendas en el Alto, como llamaron al lugar que nos enviaron. Después intentaron censar en el cementerio. Ahí estuvo el problema: ninguno explicó a dónde llevarían a los muertos antes de largar el agua.

Me gustaba mi pueblo, y el agua caliente que brotaba de las vertientes y que muchos le temían. Mi madre se besaba el pulgar tres veces en nombre del Padre, del Hijo…. cuando me descubría bañándome en aquellas aguas. Decía que eran malas aguas, porque una mujer salía de allí y tentaba a los hombres a bañarse para adormecerlos y que el Maligno pactara tranquilo con ellos.

Me sucedió de todo en los diez años que duró la obra. Los que no partieron a Buenos Aires fueron muriéndose de a uno. Primero murió mi abuela, mi madre y al final mi padre. En ese orden.

Se expropiaron las casas, los terrenos, todo…y a cambio nos restablecerían en la ciudad. Pero al cementerio, a los muertos digo, no se los podía trasladar.

Cuando ya era un huérfano y estaba bajo la guarda de mi padrino, corría a buscar esas aguas. Buscaba el adormecimiento y que viniera el Maligno a ofrecerme un pacto y pedirle que me repusiera algo de lo que Dios me había quitado. Pero nadie vino por mí. Seguí huérfano y pobre y regresé a la iglesia, a donde el cura siempre me daba ánimo hablando del Día de la Resurrección de Todos los Muertos

Todos estábamos muy tristes, desorientados y muy pobres. Entonces el sacerdote se empeñó en tranquilizar a los vivos y dijo que se organizaría la más bella de las procesiones que hayamos visto jamás para encomendar por las almas de los que quedaban allí. Como yo era el único niño huérfano de padre y madre, tendría el honor de escoltar a la cruz de Matará.

Un segundo entierro, pensé. Al final, no debería decirse entierro porque en esta ocasión no serían tapados por tierra ¿Cómo debe decirse? ¿Ahogados? ¿Enaguados? ¿Sumergidos?

Pero yo sólo pensaba en  aquel día, el de la resurrección de todos los muertos. Rezaba  para que llegara antes de que largaran el agua sobre la Villa. Me tenía preocupado imaginar si nuestros muertos resucitaban después que se inundara todo. Seguro se morirían definitivamente. Mis padres no sabían nadar, mi abuela menos que menos.

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