A la abuela María le gustaba disfrazarse. Sonreía a la cámara e imaginaba una vida que no tendría. Años más tarde, dos de sus hijos se convirtieron al Islam, cuando en la España de los ochenta, imaginaron vivir como soñaban.
Otros dos fueron actores de teatro. Aquello se prolongó hasta que el tiempo les ofreció a cada uno un papel definitivo que no pudieron rechazar. Ocurrió igual con mi tío el matador de toros: al final, todos fueron engullidos por la trama.
Ahora, yo quiero dirigir la trama. Poner punto y seguido a todas esas fantasías que se heredan a través del cordón umbilical, junto al color de los ojos. Los sueños de todos los que nos precedieron nos acompañan. De hecho, mi abuelo analfabeto soñó una vez ser el escritor que suscribe estas líneas.
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