Papá vino tan enojado del trabajo que cuando el perro le saltó para saludarlo empezó a pegarle patadas. Max no corrió: gritaba, inmóvil en el suelo, a cada golpe que papá le asestaba en las costillas o en la cabeza, con una sonora exhalación. Me quedé esperando que terminara. Dos descargas más, rítmicas. Ya casi no veía.  Los colores de papá fueron al suelo y la forma del perro se movió hacia su cabeza. Apreté bien fuerte, frunciendo el ceño, y vi mejor. Max, sollozando, lamía la cara de papá. La huellita en el pantalón negro me volvió a empañar y grité.

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