En la aldea la llamaban Cholita, era menuda y rubia con aquellos ojos verdes que eran claros pero no serenos, que brillaban como chispas y se veían profundos como las aguas de un lago celta.  Celta sin duda era su procedencia, con la gaita, la muñeira, el follaje, el vaso de orujo, el hórreo y el falar gallego.Su paso por la aldea fue breve pero dejó huella.  Más de medio siglo después, aún perdura en la memoria de los ahora viejos que se reúnen en la misa del domingo.  Son los niños con los que iba a la escuela, corría por los campos verdes y húmedos, cómplices en las travesuras. La recuerdan.Atravesó el mar con el padre que la arrancó de sus raíces, y quedó en aquella otra tierra que acabó por ser suya, como la lengua familiar.  Su descendencia no fue poca, seis Marías, diecisiete nietos y hasta hoy, doce bisnietos.Al final, fue a decir adiós a los que allá quedaban con el cielo nublado, la lluvia de todo el día, los campos siempre verdes, el hórreo de siempre, las piedras de siempre, los días y las noches, también de siempre…

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