A la sombra del Paraíso

A la sombra del Paraíso

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Faltaban dos días para celebrar el día de San Juan, toda la chiquillería de la familia vivía con ansiedad la llegada del 24 de junio, celebrar el santo del abuelo era un gran acontecimiento. Se preparaba el viaje con algarabía y jolgorio. Nos esperaban el abuelo y la abuela en la gran casa de la Almudema.

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En un coche correo, propiedad de mi tío, que compró por los años cincuenta, viajábamos, como piojos en costura, toda  la familia, destino a los campos de Caravaca.

 El nerviosismo se apoderaba de nosotros unos kilómetros antes del tramo final de llegada a la Almudema, mi estómago se encogía y mi corazón latía con un ritmo acelerado que provocaba en mí vértigo y una risa histérica que nadie entendía .El coche rugía cuando mi tío reducía la velocidad  para poder aparcar en la gran casa, bajo la sombra de ese árbol tan acogedor y familiar. Allí estaba, cada año más frondoso, viendo pasar el tiempo y dejándonos crecer a su cobijo. Allí estaba esperándome, el Paraíso.

Era una sombra especial, fresca, apacible, ruidosa y silenciosa a la vez. Me gustaba contar cuentos a mis amigos amarrada a sus ramas donde cobraban vida mis fantasías. Fue la fuente de inspiración para escribirle a mi abuelo aquellas poesías infantiles que se unían en pareados musicales en una lectura amorosa el día de San Juan.

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La casa de mis abuelos olía a café, a dulces escondidos, encerrados en armarios, olía a hierba  y a ropa conservada en alcanfor. Fresca en verano, cálida en invierno

 El abuelo salía a la puerta principal del jardín para recibirnos con los brazos abiertos, mi abuela con su delantal a cuadros, nos llenaba la cara de besos. Ella olía a cocina sabrosa, mi abuelo a colonia Varón Dandy.

 Nos levantábamos muy temprano, tras un sueño del que  ninguno quería despertar, comenzaba la jornada, el día de San Juan. Lejos quedaban las preocupaciones de la ciudad, del curso escolar recién terminado, del largo invierno que culminaba en primavera para dejar paso al verano.

 La cochera, donde se aparcaba el coche también era el lugar donde  se preparaba la muerte del cordero, momento que no contaba con mi aprobación, no soportaba ver cómo se inmovilizaba al animal para su degüello, nunca lo presenciaba, mi abuelo me otorgaba el privilegio de no estar presente, no soportaba verme llorar.

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 En el momento del sacrificio yo huía hacia el jardín donde me tranquilizaba observando las flores, el gran ciprés que presidía el entorno, los setos y por supuesto el Paraíso, mi árbol preferido.

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 En mi fantasía veía la luz atravesando sus ramas  y cómo transportaban hasta mis ojos y mi piel los rayos de sol. Podía escuchar su voz cálida, susurrante, que revelaba a mis oídos aquello que estaban predispuestos a escuchar: vive a la sombra del Paraíso el paso del tiempo y nunca olvides ser feliz. Hoy me falta su sombra pero vive en mi recuerdo.

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