Una familia bien asentada

Una familia bien asentada

Hace ya tiempo que vamos, con cierta tristeza, sobreviviendo en pareja como un par de ancianos guardias civiles. Pero, hasta hace muy poco, nunca estuvimos solos. Todo lo contrario, siempre fuimos una gran familia, bien asentada.

De entrada no éramos dos, sino tres hermanos, y uno de nosotros a su vez valía por tres, así es que en realidad éramos como cinco. ¡Nuestro hermano tresillo! Cuanto le echamos de menos. Grande y generoso, siempre albergó más culos que nosotros, más incluso de los que le correspondía ubicar verdaderamente, sobre todo cuando se trataba de los niños, estos jugaban y saltaban siempre sobre él hasta caer rendidos. Hasta más de seis críos retozaron, las mas de las veces, entre sus amplias ancas. De hecho fue por eso principalmente por lo que tempranamente su tapicería perdió el brillo y la frescura, y por lo que sus cansados muelles perdieron la fuerza y la tensión. Un triste día vinieron a buscarlo y lo cambiaron por un moderno sofá de piel, descortés y maleducado como seguramente no lo eran los animales sacrificados para forrarle. Un advenedizo.

Nos consuela, sin embargo, saber que Tresillo fue muy feliz viviendo y haciendo felices a tantos como disfrutaron de él. Más de lo que nunca logrará serlo ese advenedizo. Tresillo era así, incluso a pesar de que mamá siempre le reprochara su comportamiento alocado y poco ortodoxo, y le avisara sobre su pronto decaimiento. Mamá era francesa, una elegante y sofisticada chaise longue empeñada por todos los medios en meter comedimiento, clase y estilo en nuestras vidas.

Sin embargo papá, un curtido sillón orejero, fue siempre un vividor al que utilizaban para sentarse relajadamente, beber añejas copas de coñac y fumar enormes vegueros. Tresillo salió a él, juerguista y vital… En fin, después de todo tuvimos una buena vida, en una hermosa mansión que compartíamos con toda la familia. Por ejemplo, con todas nuestras primas, las sillas, un montón de frívolas primas alocadas que continuamente cambiaban de lugar y posición, sillas de salón y dormitorio, descalzadoras, banquetas… y los primos taburetes de la cocina, altos y gruesos, siempre oliendo a comida recién hecha.  Y la abuela, una vieja mecedora que había conocido mejores tiempos. Si, e incluso una vieja tía, una silla de baño que siempre andaba renqueante con sus problemas de reuma.

Lo dicho, fuimos siempre una gran familia, y proporcionamos muy buenos ratos a mucha buena gente. Las personas venían a nosotros, contaban sus historias, relajadas, íntimas, confidenciales, o bien echaban una cabezadita siesteante, cuestión esta ultima que descansaba sobre todo en la responsabilidad de mi hermano y mía, los mejores ayudantes de un buen sueño o una buena reflexión, prestos siempre a dejar apoyar sus cabezas soñadoras en nuestras confortables orejas.

Mucha vida ha pasado por nuestra estructura, nuestras orejas, y nuestros reposabrazos, y ahora aquí estamos, esperando. Tal vez haya llegado el momento de que descansemos nosotros. Aquí estamos, confiando en que exista un paraíso, y en que tresillo nos esté esperando en él.pareja1.jpg

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus