Cierto día, en vísperas de comenzar mi vida como jubilado, decidí que sería bueno poner en orden aquellos papales dispersos por aquí y por allá. Y es que se dice que al dejar de laborar el individuo comienza a abandonarse; a descuidar su persona, sus cosas y su espíritu. Sin embargo, siempre he pensado que eso depende de los pendientes por resolver en casa, como aceitar una a una las bisagras de las puertas, porque hoy, sea por el uso excesivo o por estar cerradas durante largas temporadas, de todas maneras requieren lubricarse. Pero no sólo están los pequeños desperfectos en el hogar, también hay que cuidar la salud, y aunque mi mujer y yo estamos fuertes todavía, no sobra visitar de vez en cuando al médico para una revisión, como las que le hace el mecánico a nuestro Valiant 1965; pieza de museo, prácticamente olvidada en la cochera. El auto descansa cada vez con más frecuencia; no vaya a ser que falle alguna de sus piezas, ya de por sí escasas en el mercado de autos viejos.

Entre el cúmulo de papeles por revisar reencontré ese envoltorio amarillento, alguna vez blanco, que en repetidas jornadas de ocio miré pensando en abrirlo y cerciorarme si valía la pena conservarlo. Maravillado por la cantidad de recuerdos que volvieron a mi mente, pasé un domingo completo revisando ese montón de fotografías en diferentes tamaños, tomadas con tan variados tipos de cámara. Entre las imágenes había también un pase de abordar de mi primer viaje en avión; cuando debido al trabajo, me vi obligado a realizar tal hazaña. Los siguientes boletos los rompía cuando me eran reembolsados los viáticos. En fin, éste lo coloqué en la última hoja del álbum que compré en una tienda de regalos. Imaginé que algún curioso al verlo preguntaría: “¿Le temías a las alturas?”. Otros papeles como el comprobante de mi primer sueldo y algunos documentos simbólicos fueron a dar a la basura en pedacitos. Después de todo, mi carnet laboral estaba a salvo; sería absurdo que a estas alturas la Administración me pidiese el mentado recibo.

Así las cosas, escogí cuidadosamente cada una de las fotografías que forman parte de este álbum familiar. Algunas imágenes son fotos tomadas de las originales porque, siendo nueve hermanos en la familia de origen, concluí que alguien más querría conservar tan preciados cromos. En fin, la colección no es un resumen gráfico de mi vida; simplemente es la recopilación de los recuerdos que pudieron ser rescatados a lo largo de los años; son fotografías que normalmente revisan con cierta curiosidad las visitas recibidas en casa, y mientras se toman un café sentados a la mesa, van echándole un ojo a los recuerdos del anfitrión. Ah, pero eso sí, escribí en la portada, de mi puño y letra, lo siguiente: “Gracias por mirar. Favor de no sacar las fotos de este álbum familiar. Favor de no llevarlo fuera de casa”. 

Fin.

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