Hace 50 años, yo tenía 18, la edad a la que creía que tenía todo el mundo para comerme. Todo era nuevo y viejo a la vez, pero a mí me parecía precioso.

De familia acomodada, pero no rica, había ciertas normas que casi siempre cumplíamos gustosas pues ni eran muy rígidas ­_tuve unos padres excepcionales en todos los sentidos_, ni tampoco demasiado restrictivas. Había que estar puntuales a las horas de las comidas, estar aseadas y peinadas, ir al cole y estudiar, por supuesto, y ayudar en lo que más te gustase de casa en los ratos libres.

A mí me gustaba la cocina y me encantaba colarme en ella. Así fue como aprendí a cocinar. Solo me iba de allí cuando había que hacer postres, pues me aburrían tanto peso y tanta medida, pero entraba una de mis cinco hermanas, que remataba la faena.

Nuestros ratos de ocio, que compartíamos las cuatro que quedábamos en casa, eran para salir con los amigos, bailar en los guateques, ir al cine o al teatro y, con el buen tiempo, hacer excursiones a los pueblos de los alrededores para pasar el día.

Entre estos amigos, había dos especiales, uno enamorado de la repostera y otro, compañero de facultad, echándole los tejos a la cocinera, es decir, a mí.

Han pasado los años y hete aquí que recientemente nos hemos vuelto a encontrar los cuatro. El motivo triste, muy triste, el fallecimiento de mi hermana. Ella siguió con su enamorado hasta » ayer», y acompañándole estaba cuando me reencontré con mi pasado, que había dejado abandonado dos años después de conocerlo.

Fue curioso el reencuentro. No lo reconocí cuando vino hacia mí para darme un abrazo y el pésame. Sus ojos azules preciosos, ya no eran tan azules, y su cara triste y avejentada me despistaron enormemente. Supongo que a él le pasaría lo mismo que a mí ¿Quién es feo a los 18 años y a los ojos de un enamorado? Los dos éramos guapos, simpáticos y atractivos. ¡Qué dura es la vida que te convierte en un negativo de tu estampa!

Las condiciones no eran las idóneas y, a pesar de ello, estuvimos hablando largo rato de nuestras vidas. El me explicó, y entonces entendí su cara triste, que había estado muy enfermo y aunque ahora estaba mejor, me dio a entender que no sería por mucho más tiempo. El me había presentado al amor de mi vida y por él, le dejé a él.

Horas después llegó mi marido y la conversación fue distendida, amable y hasta muy afectuosa.

Llevamos casi medio siglo juntos, tenemos 4 deliciosas familias, apéndices de nuestras vidas. Se va quedando gente en el camino, hubo días buenos, malos y regulares, pero en ese momento del reencuentro entre nosotros tres, me di perfecta cuenta de lo acertada que había sido la elección que más me había costado hacer en mi vida. ¿ESTABA ESCRITO?

 

FIN

hace50años2.jpg

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus