Hoy he vuelto a mi pueblo, gracias a mis niñas. Estoy aquí porque nunca dejé de repetirles: “Niñas, algún día tendré que volver a mi tierra, ¡pero para quedarme!”. Y porque siempre que jugaba a la loteríales decía: “Como me toque, cojo un avión, me voy a Lucena y no me veis más el pelo”. Ellas se lo tomaban a broma porque sabían que no me atrevería a coger un avión por nada del mundo y, además, me decían: “¡Pero papá, si llevas jugando cuarenta años y no te ha tocado nunca; además, tú no tienes pelo!” Y era verdad, pero ellas sabían que yo quería regresar tarde o temprano…
Ahora que estoy aquí, me siento un poco extraño… ¡Es que cuando me fui era tan joven! Aunque, irme –realmente-, nunca me fui. Es cierto que de día vivía en Barcelona, pero por la noche siempre regresaba –en sueños- a Andalucía. Me gustaba acostarme temprano y así podía pensar en mis cosas y en Lucena, que para mí era lo más bonito del mundo, a pesar de que tuvimos que irnos de aquí muertos de hambre…
Cuando llegamos a Barcelona enseguida nos dimos cuenta de que allí tampoco teníamos nada que hacer. Los grandes edificios y el lujo desaparecieron de nuestra vista nada más adentrarnos en un barrio de barracas, al pie de una montaña. El lugar me pareció muy tétrico y todavía me estremezco cuando recuerdo a mi madre deshaciendo su pobre maleta de cartón, en una chabola prestada, construida con el mismo material. Aunque, todo hay que decirlo, más adelante, aquel barrio fue para nosotros lo más parecido a un hogar… Estaba cerca del mar y el rumor de las olas no nos dejaba dormir, pero nunca lo veíamos, porque unos enormes depósitos de petróleo nos lo impedían. Sin embargo, a nuestras espaldas, teníamos miles de nichos, los del cementerio de Montjuïc, y esos sí que los veíamos bien…. “¿Pero dónde estamos? –me preguntaba yo, día tras día- ¿ésta es la tierra prometida?”
De eso hace ya mucho tiempo, pero las cosas no han cambiado tanto… Porque nuestra Barcelona no ha sido nunca, ni será, la de Gaudí, ni la de Cerdà. La nuestra era y es la Barcelona de las barracas, la de los barrios obreros, la proletaria, la de la emigración…Y ahí es donde yo he vivido, me casé y tuve a mis niñas, aunque de noche regresara siempre a “laCalzá”, mi calle natal.
Pero hoy me han traído a mi pueblo, después de toda una vida… Y me han esparcido al viento desde la cumbre de la Sierra de Aras, donde la ermita, con unas impresionantes vistas de los olivares del campo andaluz. Después se han ido, y aunque de eso hace sólo unas horas, ya las estoy añorando. ¡Ay, pobrecitas mis niñas, cómo lloraban y qué tristes estaban cuando se alejaban!
FIN
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