Hermanas

Mi padre murió cuando yo estaba a punto de cumplir nueve años.

Fue un momento trágico, devastador para mi vida.

No me resigné a perderlo y durante mucho tiempo lo busqué por dondequiera que iba. Él había prometido no abandonarme, yo creí en su palabra, pero despiadadamente aprendí que los seres humanos mienten, hasta cuando nos quieren…

Mi casa se transformó en un espacio colmado de voces femeninas, mi madre, mis hermanas y yo. Era un lugar mágico, en donde se permitía soñar con todas las cosas lindas que deseabas para tu vida.

Mis hermanas eran chicas fantasiosas, románticas, bonitas y divertidas.

Vestían sobriamente para respetar el luto, pero luego de un año oscuro y nostálgico se permitieron volver a la normalidad y llenaron de colores su existencia. Cada día yo las esperaba ansiosa de todas esas anécdotas que enriquecían mi imaginación, me permitían experimentar tantas sensaciones nuevas. Ellas siempre estaban enamoradas, de aquel hombre que les había sonreído en el colectivo, de aquel cantante que había entonado una romántica canción, de los galanes del cine, de todos los príncipes azules que pisaban la tierra.

Cuando volvían del trabajo la casa se llenaba de algarabía, de música y de planes para conquistar al hombre de nuestros sueños…

No había cosa más divertida que verlas organizar una salida, para ir a bailar o para asistir a una fiesta. Con sumo cuidado elegían el vestuario, se acicalaban meticulosamente, imaginaban por anticipado las situaciones que podían presentarse y anhelaban ser eternamente felices…

Durante el transcurso de mi vida, las vi enamorarse, casarse, ser madres…

Entonces, las sombras de los conflictos se instalaron a nuestro alrededor.

Lentamente fui testigo de esos senderos oscuros y dolorosos, por los que transitaron hasta la vejez.

Las vi sufrir, decepcionarse, resignarse, afearse, abandonarse a los designios de sus tragedias cotidianas.

Frente a estos dramas familiares huí de las relaciones formales, evité los romances a largo plazo. Estaba demasiado aterrada, por esos dramas cotidianos que habían oscurecido mi realidad.

Un día me enamoré y tuve tanto miedo de no ser feliz…

Me equivoqué, lo soy…

Pero a ellas les adjudico el incomparable mérito de haberme enseñado a esperar, de haberme advertido a través de sus trágicas experiencias lo que no deseamos para nuestro corazón.

Algunas han partido de este mundo para siempre, inevitablemente yo he envejecido, sin embargo muchas tardes vuelvo atrás en el tiempo y rescato ese esplendor de mi niñez.

Desde allí las contemplo tiernas, divertidas, generosas y frágiles, sonriendo y esperando, aquello que nunca les llegó…

Como si todavía fuera posible soñar, como si todavía quisieran volar hacia esa inalcanzable felicidad…

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