La primera vez que la vi.

La primera vez que la vi.

Valle Canales

03/04/2014

La primera vez que la vi, no la reconocí. Había oído su risa y su llanto y visto sus ojos mientras me miraba fijamente, cien veces. Había jugado con ella y paseado por la orilla de la playa que estaba al final de mi calle. La había vestido cien veces más con esa ropa que yo iba acumulando en el armario. Y había acariciado su piel suave y blanca. La había soñado dormida y despierta, y sentido ansias de retenerla y miedo de perderla, y aún no la conocía. Creé sus manos y sus pies en mi mente para luego tocarlos y besarlos, y la di rostro. Incluso ya tenía nombre cien años antes de nacer. Y aun así, no la reconocí al instante. La primera vez que la vi. Sus ojos de grandes, sobrepasaban mi imaginación, y su pelo era negro azabache y rizado. No como yo la había creado. No lloró, y me asusté porque me decía mi madre que todos los recién nacidos lloran, y si no, un azote bien dado. Ni aún así. Gemía como un gatillo recién nacido y aún ahora y han pasado muchos años. Pero al instante, reconocí su mirada. Esa mirada negra y profunda que la diferenciaba de todos los demás niños del hospital, esa mirada diciéndome que era ella. La que llevaría mi nombre, la de mi madre y abuela y bisabuela. <?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />

Nació en un país extranjero porque me había quedado embarazada, y en Andalucía, en ciertos círculos, eso estaba mal visto. El vestido me apretaba y la niña nació sietemesina, como era lo normal en esos casos. Y nos fuimos. Huimos. De las lenguas que sólo traerían vergüenza a mi familia.

El hospital donde di a luz era oscuro y de habla extranjera. Tenía que haber nacido el día de navidad, pero decidió esperar tres días antes de asomar su cabeza. Nadie me daba la mano para apretar y yo señalaba la luz mientras que las contracciones me consumían poco a poco. Y al tercer día nació. Mi primera hija. Producto del amor y de la pasión de los dieciocho años. Que superaba con creces todos los sueños y expectativas que había elaborado durante tanto, tanto tiempo. Mi joven marido nos crió a las dos, porque ella era un bebé, y yo, también. El también lo era, pero no podía permitirse el lujo de disfrutar de lo que los años le brindaban, que era su juventud.

Como en toda historia de amor, pudimos con todo entre los tres. Y cuando llegaron los demás, el camino más arduo estaba ya preparado para dejar de ser niños y convertirnos en padres.

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