¿LA FIESTA O LA VIDA? UN RECUERDO FAMILIAR

¿LA FIESTA O LA VIDA? UN RECUERDO FAMILIAR

Mr.Bananas

14/05/2014

El viaje de vuelta a casa fue una de esas torturas a las que ya estábamos acostumbrados. Mamá sermoneaba a papá porque “qué hombre más pavisoso, mira que dejar que te quiten el último mp3, a ver ahora que le dices a tu hija”, y papá, con cara de aburrimiento, se defendía regañándonos porque mi hermano y yo jugábamos a pegarnos y siempre alguno salía mal parado: “Joooo, mira lo que ha hecho”, y a llorar. Mamá entonces alargaba su mano de espantadora de moscas y, sin tocarnos, lograba hacernos callar. Entonces, volvía a la carga: “Es que hasta estos enanos te ignoran”. Después, cerraba los puños y con voz de rabieta decía: “Si ni siquiera me escuchas”. Era como una función a la que había asistido tantas veces y en tantos lugares que hasta me daban ganas de aplaudir, pero entonces a ver quién hubiese aguantado a mamá.

Cuando bajamos del coche, mamá seguía con su monólogo. ¡Como si no fuera a seguir en la cena, o delante de la tele, o en la habitación, donde siempre discutían creyendo que no les oíamos! Mientras papá, cansado, buscaba las llaves de la casa entre los empujones que mi hermano y yo nos dábamos por ver quién entraba antes.

Aquella vez fui yo la primera y, por supuesto, lo celebré gritando un “he ganado” y riéndome de mi hermano que seguía tirando de mi capucha. Mamá, con las bolsas en la mano, continuaba incansable mientras papá cerraba la puerta y encendía la luz. Entonces, mi hermano y yo nos quedamos quietos, con los ojos muy abiertos, pero en seguida comenzamos a dar saltitos y a aplaudir mientras aquellos payasos gritaban: “Sorpresa”. Mi madre dejó caer las bolsas al suelo, nos agarró e intentó taparnos los ojos sin éxito. Y papá, que había estado en silencio, comenzó a llamar a mi hermana mayor, Andrea, que bajaba por las escaleras con sus cascos puestos y nos miraba con esa cara de “ya están aquí los pesados” que ponen todas las chicas de 16 años. Papá no dejaba de mover los brazos con rapidez para que Andrea corriera a unirse a nosotros. Andrea, por supuesto, lo ignoraba y seguía con su cansino andar de adolescente.

Los payasos se acercaron entonces a nosotros invitándonos a formar parte de la ‘fiesta’. Mi hermano y yo, contentísimos, nos revolvíamos para zafarnos de mi madre e ir con ellos, pero ella no soltaba. Fue entonces cuando Andrea les vio y comenzó a gritar “no nos hagan daño” mientras corría para esconderse tras mi padre. “¿Daño? Si es que es boba”, pensé. Y ahí, como una piña, comenzamos  a avanzar rodeados de pelucas.

Mientras estábamos atados a la sillas no dejaba de pensar en quién iba a aguantar a mi madre cuando le quitasen la mordaza.

FIN

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