Zapatos rotos
Rozando penosamente el suelo, avanzan con lentitud hacia no se sabe dónde. Hoy posiblemente toca permanecer largos minutos junto a esos malolientes contenedores de basura, donde temen encontrar bajo sus suelas residuos infames que serán una mancilla más en su larga historia de mancilladuras. O, lo peor de todo: encontrar que han rociado con lejía los restos aún aprovechables de comida desechados por algún supermercado, para que nadie, ni los más menesterosos, puedan alimentarse sin pasar antes por caja. Se llaman Izquierdo y Derecho, van siempre juntos a todas partes, nacieron y morirán juntos, y su salud sufre un enorme deterioro, próximo a la decadencia final.
Siempre han intentado servir fielmente a su amo, pero su fabricación con materiales baratos y las largas caminatas a que vienen siendo sometidos han acelerado su proceso de desgaste hasta el límite; hoy son conscientes de que sus días (y sus pasos) están contados.
Izquierdo: – Es curioso, Andador -así le han bautizado- está cada día más delgado, su pie baila cada vez más dentro de mí, creo que come demasiado poco, pero a pesar de eso sus pasos son cada día más pesados…..
Derecho: – Sí, creo que está enfermo…….
Izquierdo: -Yo también me siento enfermo. Este agujero en mi suela me mata, me entran todas las inmundicias del suelo, por no hablar de la humedad y el frío…. estoy encharcado por dentro, el pie de Andador me hace daño al rozarme, ¡no puedo más!
Derecho: – ¡Calla, calla! Que a mí la cuerda que me puso cuando se me rompió el cordón me está estrangulando, y mi pobre contrafuerte está todo chafado, me siento totalmente herido, no sólo en mi material, ¡sino en mi misma dignidad!
Izquierdo: Así es, Dere, creo que estamos en las últimas, el final nos acecha….. Nosotros fuimos hechos para durar varios años, en cambio se acerca vertiginosamente el momento en que acabaremos en la descarga….. ¿qué males le habrán sobrevenido a Andador, que nos ha dado tan mala vida?
– ¿Recuerdas cuando pisábamos suelos limpios de despachos recién encerados?
– ¡Qué tiempos aquellos! Entonces pasábamos largos ratos en descanso, Andador sentado ante una mesa, manipulando papeles o algo por el estilo….
– Sí, creo recordar que llevábamos una vida regalada: muy escasas caminatas, y a cambio yo tenía que pisar unos pedales al principio y al final de la jornada: eran unos pedales suaves, que respondían al momento a mi leve presión.
– Sí, yo pisaba de vez en cuando sólo uno, también era suave, pero al cabo de un tiempo cambió por otro mucho más duro de apretar.
– Los míos también cambiaron, supongo que andador tuvo que sustituir la máquina que accionaban por otra más vieja, más deteriorada….
– Por aquel tiempo también cambió la tela de sus pantalones: empezó llevando los mismos más días seguidos, hasta que terminó usando unos que ya jamás se quita, de tela más áspera, más burda.
– De repente dejamos de acudir a aquella oficina limpia y clara, y empezó nuestro largo peregrinar por despachos desconocidos, cada día uno distinto, esas largas estancias ante mesas de todos los calibres, el cuerpo de Andador sudando profusamente bajo el efecto de los nervios, y siempre, para terminar, la misma enigmática frase: “¡Ya le llamaremos!”.
– ¿Recuerdas también cuando dormíamos en una cálida habitación, y todas las mañanas nos acicalaban con una rica crema protectora, antes de frotarnos con un cepillo suave hasta dejarnos relucientes?
– Sí: impecables salíamos todos los días a la calle. Esa es otra de las cosas que más me duelen de nuestro estado actual: ¿cuánto hace que el betún no lo olemos ni por casualidad? Tengo tantas grietas y rozaduras que apenas se sabe ya cuál era mi color original, ¡mi aspecto (y he de decir que también el tuyo) es absolutamente desastroso!
– Sí, lo de dormir en la calle, resguardados de tarde en tarde a todo lo más en una de esas exiguas garitas de cristal, no es nada bueno para nuestro pellejo….
– Ni que lo digas, hermano.
– ¿Sabes? Lo que más echo de menos es cuando marchábamos a la par con muchos miles de compañeros, todos a una: por encima de nosotros se oían gritos de revuelta, los pasos de Andador eran firmes y resueltos… si te digo la verdad, me sentía tan hermanado con todos aquellos pares de pies, que ni siquiera percibía el cansancio de nuestras repetidas pisadas por las anchas avenidas que recorríamos….
– A veces se oían sirenas y había que echar a correr con todas nuestras fuerzas.
– Sí: lo peor fue aquella vez que Andador fue arrojado al suelo por alguien con unas botas militares, luego nos arrastraron hasta una máquina movediza con rejas, y pasamos varias noches en un lugar inmundo, lleno de humedades y olor a pánico humano.
– ¡Una experiencia espeluznante! Por no hablar de que tuvimos que pisar algún que otro charquillo de sangre……
– ¡Brrrr! ¡No me lo recuerdes!
– Lo bueno es que Andador no se amilanó y siguió acudiendo a aquellas marchas multitudinarias….
– Ahora ya no va porque le fallan las fuerzas… que si no, ¡allí estaríamos a pie firme, cada vez que hiciera falta!
Abatidos y nostálgicos, Izquierdo y Dere prosiguen su penosa andadura. Entre arrastrones y traspiés, Andador se detiene de vez en cuando al cruzarse con otros humanos, y con voz débil requiere una ayuda para comer, palabras que consiguen el alejamiento rápido de los demás pies y un encogimiento perceptible del cuerpo de Andador, una dificultad mayor para dar los siguientes pasos…..
Los hermanos de piel de imitación conocen ya todos los barrios de la ciudad, se han pateado todas las calles, todas las plazas, todas las avenidas…. conocen al dedillo todas las texturas del asfalto, las baldosas, a veces la tierra o la hierba…. con frecuencia terminan en la estación de autobuses, entre el ir y venir apresurado de sus congéneres, a veces recorriendo largas filas y deteniéndose brevemente ante cada par de los alineados pies.
Pero hoy día toca permanecer a su vez interminables horas en una larga cola, primero en la calle, luego en unas oficinas donde se respira una atmósfera de temor, nerviosismo y derrota. Sólo cuando se enciende un número concreto compuesto por minúsculas luces rojas se acerca Andador a una mesa y deja pesadamente caer su cuerpo en una silla: se oye su voz con acentos suplicantes y desesperanzados a la vez, frente a la voz mecánica y categórica de la mujer sentada al otro lado de la mesa. Andador se levanta siempre con mayor dificultad, permanece unos minutos expectante, o tal vez indeciso, como si no supiera a ciencia cierta hacia dónde encaminar sus pasos…. luego reemprende el penoso deambular que viene siendo el suyo en los últimos tiempos, enfila un bulevar que nuestros amigos ya conocen bien, hasta el lugar donde cada día vuelve a formar en una fila mientras el aire se llena de olor a comida barata y algunas veces se crea un tumulto de pies, ya que algunos intentan adelantarse a otros rompiendo el orden de llegada. Y es que cada día son más numerosos los pies que acuden a ese centro en busca de alimento para quienes los mueven, cada día se ven más ajados los calzados de toda índole en que envuelven sus desmoralizados pasos……
Cada vez con más frecuencia, Andador intenta permanecer largos ratos tumbado en un banco de la calle, con las piernas dobladas casi en posición fetal y los pies recogidos en un intento de engañar al frío que le muerde sin conmiseración alguna. Eso hasta que llega un policía municipal y le conmina a levantarse por razones difícilmente comprensibles, ya que él en nada está alterando el orden público…. ¿será que no les gusta que se vea el agujero de mi suela? -elucubra Izquierdo-, ¿por qué entonces no permiten que Andador vuelva a la oficina donde trabajaba, para que pueda comprarse unos zapatos nuevos, o al menos llevarnos al zapatero remendón para unas medias suelas?
Los días se suceden a cual más interminable y penoso. Andador ha desistido ya de ir a aquella oficina de las largas colas, sabe que su peregrinar está abocado al fracaso. Esta mañana ha decidido no salir de los cartones con que precariamente se protegió durante la noche, le da igual que le desalojen de allí a patadas, como probablemente sucederá cuando el primer policía que pase considere que afea la acera o que da “mala imagen” si algún turista (extraviado, desde luego, ya que estamos lejos de los lugares de interés turístico) acierta a pasar por ahí…….
Pero un rabioso dolor en el pecho y en el brazo izquierdo obligan a Andador a extraerse con dificultad de su improvisado refugio… ante la intensidad de este sufrimiento nuevo que ahora se suma a todas las penalidades que le han ido cayendo una tras otra como granizos, decide acudir al hospital más próximo. Lo conoce por ser uno de los lugares estratégicos donde a veces suplica unas monedas a otros humanos con caras cada vez más adustas, más enfurruñadas, más impregnadas de ansiedad.
Sus pasos se arrastran dificultosamente en esa dirección, el dolor no cesa, más bien se agudiza, la vista se le nubla, la respiración se le vuelve cada vez más áspera y entrecortada….
Por fin accede a las escaleras que confía van a ser su salvación, pero a mitad de su ascensión se desploma como un fardo de ropa vieja. Un transeúnte se acerca y da la voz de alarma, salen empleados del hospital y lo transportan al interior.
Andador ha quedado a la espera sobre una camilla. En sus ropas no hay ninguna tarjeta de sanidad, imprescindible para ser atendido en cualquier hospital desde las nuevas leyes de privatización. Allí expira dulcemente, tras perder el conocimiento: un bulto sucio y desmadejado, que nadie va a reclamar.
En las escaleras ha quedado Derecho, con su contrafuerte chafado y su cordón de fortuna arrancado: ni siquiera ha podido morir junto a su compañero de toda la vida. Crueldad infinita que rezuma por todos sus resquicios una sociedad tan mal organizada que deja morir de pobreza a sus miembros por mandato de unos pocos repugnantemente ricos.
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Epílogo: “Derecho” fue posteriormente recogido por una militante del 15-M que lo sumó a muchos otros zapatos usados, y utilizado en una acción simbólica contra los bancos, fue arrojado contra sus cristales en señal de repudio a sus prácticas corruptas.
(Agosto 2013)
María José García Ripoll
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