De un lado Rodrigo, del otro lado Daniel y entre los dos la reja.

Entre la reja y Daniel, a un costado de Rodrigo, yo.

A  Daniel lo conocí a los quince. A Rodrigo  a los diecisiete.

Uno soñaba con aprender a leer y a escribir y a hacer cuentas con la calculadora;  el otro a fin de año obtendría el pasaporte para ingresar al  mercado del trabajo,  o  al menos eso era lo que habían dicho que le iba a pasar si terminaba sus estudios secundarios.

Daniel tenía ocho hermanos, un padre muerto y una madre de esas que dejan huellas por su vida miserable. Vivía en una casa pobre , en un barrio pobre, rodeado de gente pobre.

Rodrigo era el segundo de dos hermanos. Tenía un padre comerciante y una madre empleada en una oficina estatal . Vivía ahí nomás de la plaza principal, a la vuelta de la iglesia, a tres cuadras del club.

A los dos los conocí en un aula. 

Los tres nos reencontramos en una cárcel. Rodrigo y yo cada uno con su uniforme. Daniel adentro de su ropa prestada y de un cuerpo demasiado  viejo para sus veinticinco.

De un lado Daniel, del otro lado Rodrigo, entre los dos una reja; a un costado de Rodrigo, entre la reja y Daniel,  yo. Cada uno en su prisión.

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