Me apunté como voluntaria en Aldeas Infantiles porque necesitaba algo de dinero y, como una compañera de facultad me había dicho que me llevaría un piquito por cada socio que captara, allí me presenté . Me pasaron un dossier con toda la información que debía manejar y ,como soy muy aplicada, la estudié, hice un breve curso de formación y me adjudicaron una zona. La primera semana saludaba con miedo a los transeúntes que, al verme acercar, agachaban la cabeza o sacaban el móvil simulando hablar. La siguiente semana traté de ser más agresiva y directa, mirar a los ojos y no desviar la mirada aunque mi interlocutor lo hiciera. Descubrí que así lograba frenar su prisa.

Ha pasado un mes y no he logrado alcanzar los objetivos recaudatorios previstos y, reflexionando un poco, me doy cuenta de que para mí es un trabajo ocasional y de que la problemática de estos niños me es tan ajena como lo es para la mayoría de los que abordo por la calle. Realmente me importa poco.

Anoche soñé que iba en un bonito coche a una velocidad vertiginosa. Estaba en el asiento de atrás e intentaba alcanzar los mandos pero me era imposible, no podía avanzar porque la velocidad me adhería al asiento. De repente, giré su cabeza y, a mi lado, había una niña mirándome con los ojos muy abiertos. Aquella mirada me calmó y cuando me di cuenta el coche se había detenido.

Me he levantado con el impulso de saber más de esta ONG con la que colaboro; de no ser solo la portadora de una información de segunda mano.

Solicité a la coordinadora pasar algún tiempo en las casas de acogida. Era como un pueblecito con varias casas y en cada una había un grupo de niños con una cuidadora. Aquellos niños eran como mi hermano Carlos, solo que Carlos había tenido mejor fortuna. Me senté a jugar con dos niñas de unos 4 años que recientemente habían llegado. Entonces lo vi, vi que, a pesar de sonreír , moverse y hablar a media lengua como cualquier niña, sus miradas no eran inocentes. Los ojos eran huidizos, allí había muchas ausencias, tristeza, visiones terribles, pérdidas irreparables. Las manos de una de ellas carecían de uñas y la otra mordisqueaba el pellejillo de sus labios.

Llegué a mi casa, después de aquella jornada, muerta, sin energía. Caí en mi cama y rompí a llorar. Creo que nunca he llorado tanto, supongo que descargué la visión de tanta vida precipitada al abismo antes de la primera oportunidad.

He decidido que parte de mi tiempo lo voy a comprometer en la dirección en la que mi corazón me dicta: voy a apoyar a esos niños que tan poca suerte han tenido.

Estoy muy sorprendida porque, casi sin esforzarme, la gente se acerca a mí . Creo que perciben mi pasión, mi energía. He superado con creces el número de socios y no solo de ellos, lo más llamativo es el número de voluntarios que desean aportar algo de tiempo y experiencia en algún campo. Estoy feliz.

Muchas tarde, después de mis clases, voy a la aldea a colaborar en lo que sea preciso. A mí me entusiama compartir con los niños su tiempo libre, organizar juegos tradicionales y otros que van surgiendo así, por casualidad. Los niños son tan ingeniosos que solo hay que observarlos y ver cómo en un pis-pas inventan un juego nuevo. El otro día advertí que los labios de Ruth ya no tenían llagas.

Hoy Álvaro, un niño de 13 años, ha aprobado Matemáticas,la asignatura que tenía atravesada. Tenía tanta atención puesta en su hermana menor que los números se le escapaban. Por fin, ha confiado en que un adulto la cuide, ha dejado de ser su padre para volver a ser el niño que merece ser. Se ha superado y yo he sido testigo de su esfuerzo. ¡Bien Alvi!

Hace dos noches dormí en la casa de María y América. Las niñas tenían miedo y hacían todo lo posible para que no saliera de la habitación. Finalmente, me quedé y comencé a contarles un cuento. Atentas me escuchaban hasta que el sueño las rindió.

Hace 10 años que escribí esto en una libreta azul. Nunca antes había escrito nada parecido a un diario, pero creo que no quería olvidar esa etapa de mi vida que me hizo transitar tantas emociones y enseñado tanto de mí. Las vivencias de cada uno forjan el carácter y para mí esta fue decisiva . Yo aproveché la puerta que se me abrió para salir de mi cómodo letargo y comprobar, con estupor, lo pobre que había sido antes de compartir mi tiempo y mi suerte. Ahora, además, aporto dinero. En aquella época estudiaba Matemáticas y sí, acabé la carrera porque siempre he sido muy disciplinada, pero mi vocación comenzó a ser otra, lo supe aquella noche con María y América: contar historias, cuentos que hicieran soñar, que permitieran sobrevivir y comprender. A ello me dedico ahora.

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