Mí nombre es Julia y desde muy niña mí vida había sido tranquila y feliz. Mi infancia se había desarrollado con total normalidad, establecida en una familia de clase trabajadora, mí educación se desarrollo entre religiosas, como casi toda la sociedad en el Madrid de los 60. Por el contrario a otras personas con las que había hablado, las monjas nunca me maltrataron, siempre me trataban con mucho cariño, dado mí carácter dócil y afable. Habiendo tenido todo a mí favor, habiendo estudiado con becas por las altas notas que sacaba, mí padre decidió que no era lo suficientemente buena para estudiar una carrera, solo era para hombres el tener la posibilidad de ocupar un puesto importante en alguna empresa y las mujeres solo servían para ser secretarias, amantes o esposas, por lo que con 14 años ya estaba trabajando, también tengo que decir que eran otros tiempos y me he dado cuenta que mi padre solo obedecía al patrón de aquella época.
Esta libertad económica y social, me permitió relacionarme, dada mí corta edad, con demasiadas personas que esperaban de mí, todo lo que mí padre esperaba de las mujeres, y que me hizo comprender y abrir demasiado pronto los ojos para así, ver la crueldad del mundo en que vivía. Lejos de asustarme, me habitué a él, empezando así a juntarme cada vez más al mundo de los mayores y las drogas, a la par que me separaba de mí familia.
Trabajaba duro y seguía siendo lo que soy, esencialmente una buena chica, pero cometí el grave error de juntarme con no muy buenas compañías, por lo que con 23 años estaba totalmente enganchada a la heroína.
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Relatar, contar, describir o solo recordar, resulta lo más doloroso de mí vida. Los altibajos resultantes de esta doble vida que llevaba, se soportan fácilmente con 25 años, a medida que pasa el tiempo tu fortaleza se doblega para dar paso a la nulidad como persona, empezando a formar parte de esa sociedad marginada y denostada en todo lo que rodea a la palabra “toxicómano”.
Cada día, antes de ir a la oficina, siendo secretaría de dirección, en empresas que por respeto no voy a mencionar, tenía que ir a los llamados “hipermercados de la droga” ó “Poblados”, a veces me tenía que levantar tres horas antes de mí entrada a la oficina, con la excusa a mis padres que tenía trabajo pendiente que realizar, otras en las famosas “kundas” en las que tenías que viajar con personajes nada recomendables y todo aquello me parecía como sacado de una película, en el que la protagonista no era yo, no me pasaban a mí todas estas cosas tan horribles, solo era mera espectadora interactiva que vivía en otro cuerpo con una vida paralela.
Llego un día en el que trabajar se volvió como algo imposible. Pero nunca deje que el lodo me arrastrara para siempre. Vivía en un mundo en el que el miedo se instala y te cala como el duro frío del invierno. Físicamente y psicológicamente estaba mermada, nunca llegas a comprender a no ser que lo vivas en propia carne, la tragedia de perder el rumbo por culpa de agentes externos que intoxican hasta el más mínimo de tus esfuerzos.
Una mañana como cada mañana, allí estaba yo, vestida, arreglada, perfumada pero herida por dentro, a por mí dosis diaria, cuando aprecie el movimiento de gente, esa gente que parecían muertos vivientes, mugrientos, malolientes, dispuestos al ataque de cualquier presa, que se dejase engañar, y me extrañe ver también una furgoneta. La curiosidad me acercó hasta ellos. Eran voluntarios. Había un grupo de personas repartiendo comida, café caliente, galletas, en fin todo aquello que las personas con esta problemática no tiene – Un bocado que echarse a la boca. Se pueden gastar al día más de 500 € en drogas pero no tienen tiempo de parar a comer, entre otras cosas porque el hambre se te quita, se te resiente, se te trastoca. Solo hay tiempo para conseguir dinero, ya sea trabajando como yo (Que son los menos), robando, prostitución, o vete tu a saber como, el objetivo final es el mismo, dinero para poder ser un poco menos persona cada día y convertirte en un desperdicio humano.
Al principio me daba vergüenza acercarme para pedir un poco de realidad, a medida que pasa el tiempo se te quita el miedo y la vergüenza. Por supuesto al verme acercarme se sorprendieron como podía haber entre tanta mugre un rayo de esperanza. Ni decir tiene que su cometido no es solo darte de comer, además su labor más importante reside en llevarte al otro lado, a ese lado del que nunca se debe salir.
Cuando pienso en esto siempre me acuerdo del cuento de caperucita roja, en el que su mamá le dice:” no debes dejar el camino, fuera de el, hay lobos hambrientos que te pueden comer”. Dicho así, suena un poco fuerte para un cuento infantil. Sin embargo, no hay que olvidar que los lobos existen, y los mejores son los que se mueven en su hábitat natural y los peores, aquellos que se mueven fuera de contexto.
Volviendo a lo que nos ocupa, aquellas personas se interesaron por mí problemática hasta tal punto, que removieron en mí la esperanza de volver a ser aquella niña ingenua, inocente que un día fui. No es tan fácil salir de esa tela de araña que te pringa y te atrapa hasta que te quedas sin fuerzas para luchar. Pero en verdad, viendo como se acaba y termina una vida en la más absoluta de las miserias, decidí que yo no sería una de ellas. Mí vida no acabaría allí, todavía tenía muchas cosas que hacer.
Siempre había querido ser madre, pero, dadas las circunstancias, ni se me paso por la cabeza traer una criatura al mundo en esta situación. Tenía que salir de esto como fuera para poder encontrar un hombre lo suficientemente responsable para cuidar de mí y del bebe, y no como toda esa chusma con la que siempre me había relacionado. No era tarea fácil, pero si algo me ha sobrado en la vida es voluntad y cuando una persona quiere algo de verdad no para hasta lograrlo. La fortaleza esta en la cabeza y esa todavía me funcionaba con la suficiente claridad como para pensar y actuar.
Una noche, en el bar habitual que frecuentaba, apareció un amigo de la infancia. Nos conocíamos de toda la vida. Era amigo de mis hermanos Ion y Paula. Siempre nos mirábamos con cierta admiración y ese sentimiento visual, que no sabes que es, y te alegra el alma. Poco a poco fuimos entrando en conversación y de repente, algo inesperado sucedió. Una persona necesitaba ayuda. Estaba cenando cuando se atraganto y se ahogaba, en ese mismo instante, mí amigo, que por cierto se llama Ángel, se dio cuenta que le pasaba algo a aquél muchacho, se dispuso ha ayudarle dejando todo lo que estaba haciendo. Ángel era voluntario y había aprendido a hacer maniobras de emergencia sanitarias por lo que en un abrir y cerrar de ojos, le realizo la maniobra de
Heimlich , procedimiento para desobstruir el conducto respiratorio. En ese mismo instante apareció un pedazo significativo de comida volando por los aires, a la par que la persona en cuestión le felicitaba con efusividad por haberle salvado la vida. En ese mismo instante comprendí que aquel era el hombre de mí vida.
Y así ha sido, llevamos casados más de 11 años y tenemos un hijo precioso de 9 llamado Ion Michel. Siempre había pensado en los milagros y en verdad existen. Apareció mí Ángel en el mismo instante que más lo necesitaba, y gracias a su amor y dedicación siempre voluntaria, hoy puedo decir que soy la mujer, sino la más feliz, una de ellas. Hay personas que se dedican a los demás sin saber que lo hacen.
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