15 Septiembre 1995
Acabamos de llegar a nuestra nueva casa. Más grande que la anterior, sus ventanales se asoman a las vías del tren, llenas de hierba seca y oxidados raíles.
Es un barrio en construcción, no muy lejos del centro, pero hasta que llegas al portón y entras en el que será un hermoso jardín, parece que te encuentras en una ciudad en guerra, entre descampados y ruinas de fábricas que se convertirán en nuevos bloques, todos parecidos, casi iguales.
Pero esto es lo único a lo que podíamos aspirar con nuestros sueldos y un niño pequeño y, cada mes, tenemos que calcular cómo reducir gastos para pagar las letras de la hipoteca.
Apenas hay vecinos, nos reunimos a menudo en el patio, el que será nuestro jardín, para mejorar las cosas inacabadas que la inmobiliaria nos ha dejado, mientras finalizan viviendas de lujo en otros barrios de la ciudad.
En la última reunión, uno de los vecinos protestó por la presencia de un par de chabolas junto a las vías, que afean las vistas de nuestras casas, dijo. No sé si se puede llamar chabolas a esos plásticos y cartones que no son más altos que una caseta de perro. Varios jóvenes con aspecto de ancianos se pinchan entre basuras y se cobijan luego, al llegar la noche, bajo esas tiendas improvisadas. Alguien le explica a nuestro vecino que no podemos hacer nada, que ese solar no es nuestro, que pronto van a construir un centro comercial.
9 Agosto 2001
Han talado los pocos árboles que veíamos desde nuestra ventana. Las chabolas que se cobijaban a su sombra han desaparecido, arrasadas por la pala de una empresa que va a edificar una casa más alta que la nuestra, mucho más cara y que no nos dejará ver las hermosas puestas de sol.
Hemos intentado cambiar nuestro piso por otro de ese nuevo bloque, pero las letras de la hipoteca no se acaban nunca. Hemos ampliado y alargado el plazo del pago, para poder terminar de amueblar nuestra casa, pues los meses de paro que ha padecido mi marido nos ha dejado sin ahorros y con miedo a no poder vivir con la holgura con la que lo hemos hecho hasta ahora.
Pero no todo son inconvenientes: han abierto un centro comercial en los sótanos de la finca. Los propietarios han terminado el jardín que rodea a la casa y ya podemos comprar sin tener que caminar con el carrito entre casas en construcción hasta llegar al mercado.
Claro que esto también ha provocado ciertos comentarios en la junta de vecinos. Uno de los nuevos propietarios se queja de los gritos y disputas de los mendigos que, cada noche, vacían los cubos del centro comercial para llevarse fruta, pan y comida caducada. Por no hablar, dijo, del olor que la apertura de estos cubos provoca y que, ahora con las ventanas abiertas, llega hasta nuestros pisos.
10 Diciembre 2007
Frío invierno. Cómo echo de menos el sol que entraba por el salón antes de que hicieran la mole que nos da sombra casi todo el día.
Cada mañana, cuando abro la ventana, miro hacia abajo. Tras los setos del centro comercial duermen varios mendigos. No sé cómo soportan toda la noche con esas mantas viejas. Tal vez el calor de las rendijas de garaje les haga más llevadero el tiempo que pasan a la intemperie. O tal vez estén acostumbrados, pues parecen de países del este, o tal vez sea gracias al vino que toman cada noche.
1 Junio 2011
Mi trabajo peligra. No sé cómo podremos seguir pagando las letras del piso. Mis padres, que nos ayudaban cuando a final de mes nos sentíamos agobiados, ya no están. Mi hijo acabó su carrera, pero tampoco encuentra trabajo.
Ya no vamos a las reuniones de vecinos, pues nos da vergüenza que nos echen en cara que no pagamos las cuotas de la administración, como hemos visto que hacen con otros.
Ahora, con las ventanas abiertas, oímos el barullo de la gente que, con sus carritos, saca comidas de los cubos del centro comercial. Enfrente, junto a las viviendas de lujo, otros rebuscan y estudian con detalle antes de cargar juguetes, lámparas, zapatos o cosas irreconocibles que el fin de semana venden en el rastro o abandonan de nuevo en la acera, si los potenciales clientes no han sido muy generosos.
Cada mañana miro a la pareja de mendigos que, sobre viejos colchones, comparten su descanso entre la arena y, seguro, algunas de las ratas que, por la noche, acaban con los restos de basura dejados poco antes.
Los jardines están descuidados y, cuando cierren los locales, parece que pronto, ya no habrá flores ni el verde seto que esconda la miseria.
13 Julio 2013
Se acabó el paro. Buscamos trabajo desesperadamente, nunca habíamos estado tanto tiempo en esta situación. Nadie quiere gente con más de cincuenta y cinco años y pasamos nuestro tiempo libre mirando por los grandes ventanales, sin saber cómo pagaremos los recibos, amenazados ya por el corte de la luz y del gas.
Anoche bajé a mirar los cubos cuando ya no había nadie. No puede ser de otra manera, pues he observado que hay una estructura jerárquica muy organizada que define el orden de la rebusca y yo soy ajena.
Encontré todavía fruta en buen estado. Bajaré cada noche y podremos cenar en estas cálidas noches.
20 Julio 2013
Debemos varias letras del piso. Mi hermano nos ayuda pero los funcionarios han sufrido fuertes recortes y lo que nos presta, así dice él, ya apenas nos llega para pagar la comida.
Preparo las maletas. Este año no hay vacaciones, pero mañana el banco nos echa de nuestra casa.
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