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No tengo nada pero me quiero.

Permanezco olvidada de tod@s, pero me miro. Frente al escaparate de adornos sueño. El colgante rojo deslumbra, me recuerda  la luz de mi isla.

Mi isla, con cruces de calles hacia el mismo sitio y al mar. Escuchar la mar y soñar con la luz y el aire de amigos tiernos. Retomaba allá las chapas, horquillas, las ninguneas que dejaban olvidadas los visitantes. Me los regalaban con aparente descuido para que los tomase, mirara y finalmente vendiera transformados en algo. Mi magia pequeña adornaba manos de gentes repletas de nadas.

Mi madre me decía; – Pasas el tiempo mirando o soñando, busca trabajo en el Hotel, eres lista, intenta allí.

Mi madre me abandonó con una tos y de mis hermanos no sé.

Trabaje duro con maletas hasta compararme una roja, y me vine acá con mi sonrisa.

Y aquí estoy, sin nada, sin la luz de mi isla, mirando. El bonito colgante rojo. Aguanta, me digo.

No hay ojos que me miren y los míos en el espejo de la tienda ¿con quién puedo hablar? Tanto ruido y no hay palabras. Con un trabajo, no importa duro, mi sitio de dormir y aseo y esa luz de cualquier adorno.

Me miro, soy guapa. Señores de mirada fea me quieren hablar pero no hablan, se recrean en mis tersos pechos y en mi suave piel que añoran, que acechan. Me ofrecen dineros, ¿qué puedo hacer? no tengo nada. Me miro y me quiero, me digo, ¡aguanta!.

Un hombre de aspecto sabio y oscuro me observaba mis  ojos en el colgante rojo, se adentró ese día en la tienda, me sonrió cuando salía y me fui con él. 

Hoy no me quiero tanto mas ahora mi colgante rojo, sin la luz de mi isla, me anima y sueño.

Mañana, ¿cómo será mi mañana?, reiría si tuviera algo de comida.

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