Probablemente al verme lleno de mierda, envuelto en harapos, con barba de dos meses y revolviendo este cubo de basura en busca de un mendrugo de pan sientan pena o asco pero, ¿alguna vez se han parado a reflexionar sobre lo que yo pueda pensar de ustedes?

Me llamo Alfredo y llevo dos meses (sí,  justo el tiempo que llevo sin afeitarme, son ustedes observadores) tirado en la calle. Probablemente piensen que ahora les voy a contar mi vida pasada, que yo era una persona normal, que tenía un puesto indefinido en una inmobiliaria, que tenía una familia que me apoyaba, que todo se fue a la mierda por la maldita crisis económica y que la moraleja es que esto también les puede pasar a ustedes. Nada más lejos de la realidad. No estoy aquí para hablarles de mi pasado, sino para anunciar mi futuro inmediato y expresar la repulsión que siento por gente como usted (y como yo).

Las causas que me empujan a llevar a cabo lo que tengo en el pensamiento son evidentes. Me he convertido en el tipo de gente que siempre he odiado y perseguido. Es cierto que no es agradable estar sometido a los horarios y las reglas de los albergues sociales ni tener que dormir con mis escasas pertenencias debajo de la almohada; tampoco merece la pena tener que dormir al raso soportando temperaturas extremas, tener que buscar cada día periódicos, ser despertado por clientes del banco que quieren realizar operaciones en su cajero, ser despertado por pasajeros en la estación de bus o pelear debajo del puente con otro indigente por un apestoso hueco, en el mejor de los casos poblado de ratas, cucarachas, mugre, inmundicia y un olor nauseabundo. También es cierto que hay gente que me ayuda a mitigar el dolor. No me refiero a las personas que trabajan en el comedor social a desgana a cambio de un salario ridículo, ni a los hipócritas que te tiran tres céntimos de cara a la galería, ni siquiera a los pseudoescritores que quieren aparentar compromiso social con relatos sobre la pobreza sin tener puta idea de qué es eso. Me refiero a gente como Josefa, que va todos los días a trabajar seis horas en el banco de alimentos a sus 72 años a cambio de nada; Amparo, que deja todos los días un kilo de alimentos en el mercado a pesar de que ella casi no tiene para comer o todos los voluntarios que colaboran de forma altruista para que sobrevivamos escoria como yo.

Sin embargo, lo que no puedo resistir ni un minuto más es este sufrimiento moral. No soporto mi asqueroso aspecto de transeúnte sarnoso; no soporto rodearme de esta repulsiva calaña, vivir rodeado de gitanos, inmigrantes, fracasados… esa gente que hace meses perseguía y apaleaba. No aguanto tener que esconderme de los skins que hace nada eran mis compañeros. No tolero tener que vivir de la limosna de los demás, de las sobras de sus comidas, tener que aguantar esas caras de lástima, tener que cambiar de cajero cada día. No soporto tener que sustituir mi dosis semanal de cocaína por esta mierda de vino de cartón que me ayuda a camuflar el dolor físico y mental. No me gusta cambiar los gritos que le echaba a mi madre cuando hacía pescado por los gritos del indigente de al lado cuando le robo una espina de merluza; cambiar mi colchón de látex por una esquina llena de jeringuillas, mis posters fascistas por paredes llenas de musgo, humedad e invertebrados de toda clase.

Antes vivía feliz, echando la culpa de la situación del país a aquellos que la provocan, ya saben, si no hay pobres no hay pobreza. Mi único pensamiento se centraba en escoger una víctima a la que apalear, un vagabundo al que atormentar, un gitano al que avergonzar, un inmigrante al que ridiculizar. Ahora yo soy el atormentado. Me gustaría que algún miembro de la ultraderecha acabara ya con mi vida. Las noches se inundan de pensamientos negativos. Ahora yo soy la pobreza y comienzo a cambiar de forma de pensar. Eso es lo que me asusta. Ahora me acuerdo de esa gente como yo, que malgastaba dinero sin pensar jamás en los demás, en los políticos que solo reparten entre los ricos, en los banqueros que desatienden a las clases bajas. Pero esto es lo de siempre, una mierda de sistema que lleva vigente desde que nació el primer humano y mediante el cual siempre ha habido una clase rica dominadora y otra clase pobre dominada. Cada ciertos siglos la situación se invierte, pero jamás se nivela. ¿Si no se ha logrado la equidad en miles de años por qué se lograría ahora? La solución se estudia en primaria: cuando un niño tiene dos piruletas y otro ninguna, si el niño de las dos piruletas le da una al niño sin piruletas, pasarán a tener una cada uno. Echarle la culpa a los políticos con sobresueldos, a los duques ladrones, a los banqueros defraudadores o a los financieros especuladores es lo normal, sin embargo, ¿qué ha hecho usted para revertir esta situación? ¿Escribir un penoso relato?   

Es por esto que siento repulsión por gente como usted (y como yo). De hecho creo que estoy desarrollando una misantropía justificada. Pero no me haga desviarme del tema. No va a conseguir persuadirme para que no haga lo que voy a hacer. Aunque provoque que esgrima argumentos contrarios a mis pensamientos, no va a lograr que renuncie a mi ideología. Yo siempre he sido un tío coherente y es por eso que a partir de unos segundos habrá un pobre menos en el mundo. A partir de mañana el cubo de basura en el que ahora busco comida estará más limpio.  

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