CONTRASEÑA

Aprovechó el reflejo neutro de la pantalla para atusarse el flequillo, a la espera de que se encendiera el dispositivo. Una vez conectado, abrió directamente Flickr y se registró:

usuario: d.heres / contraseña: hacheocho

Echó un vistazo rápido y seleccionó la primera de las galerías, titulada “Gilipuertas”. Al parecer le gustaba poner títulos de novelas a fotografías de puertas. Eran cientos de imágenes de puertas de viejas casas de pueblo. Fue pasándolas mecánicamente, con la mirada difuminada, hasta detenerse en una de ellas al azar.

Título: “El Túnel” / Vistas: 235 / Favoritos: 73 / Comentarios: 36

Amplió la foto y recorrió con sus ojos el musgo sobre la piedra y el vetusto tablón horizontal que sellaba la entrada. Más arriba, había una pequeña grieta sobre la madera que parecía una invitación a asomarse, o tal vez una mirilla por la que ser espiado, aunque su forma irregular remitía más directamente a la húmeda cavidad bucal de un grito.
Alzó la vista y reparó de nuevo en el título de todo aquel conjunto de imágenes: «Gilipuertas». Por un momento le pareció un nombre estúpido, y también cobarde. Un intento de quitar hierro al asunto de poder resultar cursi con aquellas fotos y, sobre todo, con aquellos títulos.

Pensaba en esto cuando llegó Lucía…

– Pero… ¿hoy otra vez estás con lo mismo? Estás ridículo con ese cacharro del pleistoceno entre las manos… ¿has seleccionado la cena?

– Sí… bueno, no, ahora lo hago, pero mira, tienes que ver esto, estoy con la última de todas, es aún más extraña que todas las anteriores…

Miraron juntos muchas de las fotos, detenidamente, durante casi una hora, como esperando que una de aquellas puertas se abriera de repente y les bañara de luz.
La idea de que ella misma hubiera tomado todas aquellas fotografías les parecía un sueño.
Luego rieron recordando algunos de los juegos de palabras de 140 caracteres (como máximo) leídos el día anterior, y se mofaron de lo locas y disfuncionales que debieron ser las gentes de la era internet, sometidas a la tiranía extracorpórea de aquel paupérrimo sistema de intercambio de información.

– Aunque… ¡qué emocionante! ¡quién hubiera podido vivir aquello, y haber podido salir a la calle en cualquier momento, sin los límites proambientales de las 25 horas mensuales!, espetó Lucía antes de retirarse.

Saúl se quedó un rato más. Haber encontrado aquel vestigio había resultado tan insólito como estimulante. Pensó en Diana. En su rostro, en su voz, en sus frases y fotos, en su humor y su melancolía, en sus fijaciones paranoicas, en sus e-mails más íntimos, en todo su caos inabarcable… y se preguntó si ella habría encontrado felicidad dentro de esos fragmentos de vida que ahora él conocía. Tomó aquella hoja ancestral en la mano y acarició el papel, lentamente, debatiendo sus dedos entre la rugosidad, la calidez y el repelús. Después lo releyó una vez más:

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