Estaba sentado en su butaca. Nunca hubiera dicho que este día podría ser tan tranquilo, después de todo.

Cómo iba a saber que con sólo un clic en una pantallita algo que le había llevado años se podría solucionar en un momento. A sus 90 años, lleno de dolores y achaques, cansado de luchar para vivir, en lo más profundo de su mente una vocecita le decía que eso era obra del diablo. Pero la paz que estaba experimentando en ese momento era tan grande, después de todo, que ya no le importaba lo más mínimo de quién fuera obra. Simplemente se había liberado de un peso que llevaba años cargando.

Menos mal que estaba su nieta para ayudarle. Esa niña, que ya desde que la vió nacer le enamoró el alma y le robó el corazón. Con sus 12 añitos presentaba signos de madurez increíbles, y una habilidad fascinante en el manejo de todo tipo de aparatitos electrónicos. Su hija siempre estaba ocupada, tanto para visitarlo a él como para estar con su nieta. Tan sólo esos pequeños momentos de «entrega y recogida» de la niña como si fuera un paquete, y las diminutas llamadas de teléfono eran lo único que los mantenía unidos. ¡Gracias a Dios por esos pequeños pero grandes momentos! ¡Gracias a Dios! Y gracias a esta niña, con sus vivos ojos y mirada profunda, quien le animó a apuntarse a esos talleres para jubilados donde enseñan a utilizar los ordenadores, el “Internete” e incluso a llevar los asuntos burocráticos y legales sin tener que desplazarse de casa. Lo cierto es que al principio le resultó bastante difícil y casi desiste por no entender “ná de ná”. Pero tenían una buena profesora, una jovencita muy simpática que le explicaba todo como si fuera un niño pequeño y así aprendió a aprender de nuevo.

Una vez le cogió “el tranquillo”, ya no había quién le parara, ¡hasta escribía emails y todo! Pero desde luego, lo que más le liberó fue el hecho de poder ponerse en contacto con una hija que tenía y apenas conocía. La mujer de la que se enamoró, con la que se casó y tuvo dos hijas maravillosas, un día decidió que se aburría y que quería viajar y conocer mundo. Recursos y valentía no le faltaban por lo que así lo hizo sin remordimiento alguno. La hija menor quiso irse con ella a pesar de su padre y de casi toda la familia. Viajó y viajó. Un pueblecito de Canadá le gustó y allí decidió quedarse. Al principio mantenían correspondencia (“de la de toda la vida”), pero con el tiempo se fue espaciando cada vez más hasta que finalmente desapareció por completo. Llevaba 35 años sin saber nada, no sólo de su mujer, sino también de su hija y esto es lo que más le dolía. No entendía. Le dolía el corazón, el cuerpo, el alma. Impotencia total sin saber qué hacer o cómo. No había manera. 35 años sin saber de su querida hija. Su nieta era la relación de padre-hija que nunca había tenido con ninguna de sus dos hijas. La una por casarse, la otra…

Hasta que, ¡Gracias a Dios! ¡O al Diablo! Y sobre todo a su nieta pudo encontrarla en eso que todo el mundo anda ahora, “el faisbuc”.

Gracias Dios Tecnología.

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