Buenas noches, mi amor

Buenas noches, mi amor

Carolina Bustos

20/02/2013

Gabrielita nunca logró saber a qué dedicaba el tiempo su madre después de darle un besito de buenas noches y ponerla a soñar. Era muy pequeña para comprender cosas de adultos, aunque sus vidas truculentas le intrigaban.

Por supuesto que no creía tener unos padres excepcionales, al igual que Martina, Chloé, Latiffa o Charlotte, sus amigas de escuela. Sus padres estaban divorciados y sin pareja, aparentemente su única compañía en las noches de invierno era la Tablet y su mayor entretenimiento, al igual que millones de personas en el mundo, era tener su Iphoneencendido hasta para ir al baño.

Una noche, en la que no conseguía soñar con nada interesante, se le ocurrió ir sigilosamente a la cocina para tomar un bocado de torta de chocolate que, por supuesto, estaba prohibida por su dietista. A sus siete cortos años de edad debía perder los kilos de más que había ganado a causa de una presunta obesidad nerviosa prematura. “Gabrielita, no busques la torta”, le decía su conciencia. “Gabrielita, si sigues engordando no serás la próxima Miss Francia”, le decían sus amigas. “Gabrielita, cómeme, estoy más buena que laNutella”, le decía la torta. “Gabrielita, cuando seas grande ningún chico te va a mirar si eres talla 42”, le dijo algún día su tía. “Gabrielita está gorda por culpa de vosotros”, decía siempre su abuela. “Gabrielita, cómeme, diles que te dejen en paz”, dijo de nuevo la torta, y ella le creyó.

Haciendo caso omiso a las dudas siguió su camino, visualizando el momento en que abriría la nevera y llevaría el fruto del pecado a su boca. Por supuesto, su madre no debería despertarse por ningún motivo ni darse cuenta de que había osado infringir las normas: “no tienes derecho”, esa es la consigna.

Iba caminando de puntillas cuando vio una luz muy tenue en el salón, así que decidió ver si algún aparato continuaba encendido o simplemente se estaba cargando. Una mujer de espaldas, casi desnuda, estaba frente a un ordenador. Tenía el cabello largo y rubio. Gabrielita, temerosa, contuvo la respiración. La mujer se puso de pie y comenzó a moverse con suavidad, siempre de frente a la pantalla. Era muy atractiva y delgada. Gabrielita pensó que era mejor volver atrás y desistir de la idea de la torta, dar media vuelta y llamar a su madre para decirle que había una desconocida en casa. Pero no fue así. Ver a aquella mujer era muy entretenido y excitante. La música que emitía en tono bajo el ordenador fue convirtiéndose en sonidos extraños que Gabrielita no supo interpretar. Al mismo tiempo la mujer fue modificando su aspecto e incorporando accesorios a su desnudez, una serie de artículos o juguetes que Gabrielita nunca antes había visto. Lo que más la sorprendió fue una especie de cinturón con puntas metálicas con el que empezó a golpearse las nalgas, aunque no se quejó ni una sola vez. Al final se sentó y permaneció con las piernas abiertas frente a la pantalla, susurrando palabras incomprensibles hasta que el sonido se agudizó y terminó en un gran suspiro. Luego permaneció quieta durante unos segundos. “Por fin”, pensó Gabrielita sin comprender; “¿y ahora?”… La mujer se acercó al ordenador, lo besó y le dijo, con una voz muy tibia, buenas noches, mi amor. Gabrielita no entendió cómo podía amar un aparato.

La mujer se dio la vuelta, se colocó una bata de toalla color lila, larga y vieja, apagó el ordenador, observó algunos segundos su móvil y se fue andando por el pasillo que comunicaba el salón con la alcoba principal. Mientras caminaba se quitó la peluca y la llevó colgando con plena libertad de su mano izquierda. La puerta del cuarto se cerró; la de la nevera, se abrió.

Saboreando plácidamente la torta Gabrielita olvidó todos sus remordimientos y sus dudas. “A que ahora sí tengo derecho”, pensó. “Al parecer, no soy la única en esta casa que tiene secretos”.

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