Perdone, ¿tiene un minuto?

Perdone, ¿tiene un minuto?

Juan Enrique Soto

18/02/2013

Veo desde mi silla en esta especie de sala de espera en la que las paredes son comercios y el techo es la cubierta metálica a dos aguas de la estación de tren, bien fea por cierto, a varios comerciales de telefonía móvil a la caza de pasajeros con tiempo de espera por delante a los que abordar y convencer.

En concreto, un comercial varón, alto, con gafas de concha, americana y corbata y zapatos cómodos para pasar muchas horas de pie, manipula su terminal telefónico, quizá buscando en su formidable agenda esa bolsa de clientes que reventará sus comisiones. De cuando en cuando, levanta la vista del teléfono. Se mueve con soltura y rapidez. En cuanto detecta una presa distraída con el andar propio del que se relaja al llegar a la estación con tiempo de sobra.

Se le acerca de lado primero, para plantarse de frente después, anulando posibles salidas.

-¿Tiene un minuto señor? –pregunta con solícita amabilidad.

-Es mentira –Quisiera contestar el interpelado -, no requieres un minuto. Si te dejo hablar, serán muchos minutos y es más, si te dejo hablar, es posible que llegues a convencerme de que te compre el móvil de esa marca que vendes, con lo que me ha constado conseguir la contraoferta amenazando con pedir la portabilidad y obtener a bajo coste el móvil que yo quería.

Pero, en lugar de eso, el requerido frena bruscamente, aleja el cuerpo del rapaz y, sin mirarle a los ojos, contesta que no, clava sus pupilas en la pantalla táctil de su aparato y le da las gracias en un murmullo.

-¡Un minuto! ¿De verdad que no tiene ni un minuto? –Insiste el comercial.

-No, ya lo gasté en esta estúpida discusión –debería pensar el que ahora huye pero, como es educado, trata de huir del depredador sin parecer demasiado grosero.

A esas alturas el potencial cliente ha podido abrir el cerco y escurrirse por una hendidura facilitada por el uso del trolley como ariete.

El comercial, que se siente frustrado, hace ademán de seguirle, abriendo los brazos, mostrando las palmas de las manos y echando la espalada hacia atrás, apelando, sin ser consciente, a la compasión que sus gestos inspiran.

La presa, ya es tarde, hace segundos que ha huido y se ha refugiado bajo los paneles informativos de la estación o en dirección al sagrado territorio de los aseos.

Después de varias horas, de numerosos intentos, asombra ver, reconocer más bien, el tesón del tipo que, a cada frustración consigue sacar una nueva sonrisa, aunque sus hombros están más caídos y los bolsillos de sus pantalones cada vez más anchos de meter y sacar el móvil cuya batería parece inagotable. Debe de ser duro.

Hoy no hice ninguna venta, pensará. Sin embargo, ahí le veo. Lleva varios minutos tratando de convencer  a un individuo que responde azorado preguntas que no desea responder sobre su situación financiera y las aplicaciones del terminal que le permiten acceder en tiempo real a las cotizaciones de bolsa, cuando el hombre seguro que cuando escucha la palabra acciones piensa en la estafa de las preferentes y le entran temblores. Pero es incapaz de deshacerse del anzuelo que mordió. Me quedo a la espera de acontecimientos, observando.

Nada, no hubo éxito tampoco. La presa se escapa. Ha logrado meter cual cuña una excusa y emprende una ligera carrera de esas sin velocidad a la vez que, con un gracias, lanza su mano para despedirse cordialmente tocando, sin quererlo, al comercial.

Éste se da la vuelta, puedo ver su resoplido y la gesticulación labial de una palabrota. Estuvo cerca, pensará, pero se me escapó.

Sí, debe de ser duro. Charla ahora con otro señor que habla más que él y no le deja intervenir más que para asentir. Si no puede hablar, no podrá convencer. El otro le enseña su móvil, última generación, muchas pulgadas, archimuchos píxeles. El comercial sabe que está perdido. Reconoce la derrota antes de entablar batalla.

Le veo cansado. ¿A qué hora entró a trabajar? ¿A qué hora sale? No sé, pero la presencia de otro comercial, una mujer, vestida con el color de la competencia, armada con una magnífica sonrisa y un móvil con llamativa y sexy funda para el móvil, espolea sus ánimos y le hace recuperar el tesón.

-Perdone, ¿tiene un minuto?

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