Necesitaba levantarme  temprano, así que la noche anterior programé mi teléfono móvil  para que me despertara a las 6 de la mañana. Coloque el teléfono en la mesa de noche  y me dormí. Suelo despertarme antes de que suene la primera alarma, pero me llevé una sorpresa cuando me di cuenta que el móvil no sonó. Aun así me levanté y me dispuse a hacer lo que siempre hago cuando me levanto, encender el ordenador y mirar el Facebook, pero allí me llevé mi segunda sorpresa del día: no tenía acceso a internet.Cuando estaba tratando de comprobar que era lo que pasaba con mi computador y mi módem, de repente se apagó, y lo peor fue que no volvió a encender. No sabía qué podía haber pasado con el ordenador, “así son las máquinas”, pensé, sin saber todo lo que se me venía encima. Después, como es mi costumbre me iba hacer un café, pero la cafetera tampoco funcionó, así que una pregunta comenzó a asaltar mi mente, “¿Pero que putas pasa hoy?”. Ya estaba malhumorado y me dirigí hacia el televisor, lo encendí, pero el aparato no dio señales de vida. Me retire dos pasos para irme, cuando de repente encendió pero estaba lleno de estática, cuando me retiré otros dos pasos, la imagen del presentador de las noticias apareció informando sobre las mismas muertes, los mismos políticos corruptos, los mismos ataques terroristas que aquejan a Colombia desde la mitad del siglo XX.Pero lo que más me sorprendió fue que al acercarme, de nuevo se llenaba de estática el televisor y se apagaba si me acercaba demasiado. Hice la misma prueba con el estéreo y pasó lo mismo, primero se llenaba de ese sonido ronco que desespera y al tercer paso que daba, se apagaba. Comprendí que el problema era yo. Era como si un manto electromagnético me cubriera y volviera inútiles a todos los aparatos electrónicos que estuvieran cerca de mi, o como si una fuerza oscura me envolviera y solo las maquinas lo pudieran sentir y se escondieran de miedo solo al encontrarme cerca. No podía decir que pasaba, pero lo cierto es que nada funcionaba cuando yo posaba mis manos encima.Todavía confundido y con la cabeza dándome vueltas por lo que estaba pasando, tomé una ducha y me vestí. “Que bueno que en el agua y en la ropa no hay nada electrónico” pensé y me alegré por ello. Salí de casa y metí la mano al pantalón para comprobar que no me acompañaba un céntimo. “Hay que ir a cajero electrónico…mierda, mierda, mil veces mierda… electrónico, electrónico ¿cómo voy a sacar plata?” pensé y empecé a manotear en la acera como un loco. No sin antes comprobar que no podía sacar dinero, y lanzar un recital de improperios contra la “madre” del cajero electrónico, me fui caminando hasta mi oficina, que no quedaba cerca de mi casa ¿Por qué irme caminando? Sencillo, no tenía efectivo para un taxi y los autobuses de la ciudad funcionan con sistema de tickets electrónicos.A mitad de camino, pensaba en los Tweets que tenía por leer, en las publicaciones de facebook que debía darles “Like”, en llamar a mis padres, en chatear con mi novia, en saber qué estaba pasando en el mundo, en todas las cosas simples de la vida que ahora para mi era imposible hacerlas y que no podía explicar por qué. De repente escuche a un hombre que estaba a unos diez pasos de mi, que empezó a discutir con su móvil: “Y ahora qué le pasó a este aparato” decía y cuando me alejé vi a lo lejos que reanudaba su conversación, que se vió interrumpida por mi espectral presencia. Justo en ese momento me paralicé, recordé como todo empezó con el móvil que estaba a sólo quince centímetros de mi, luego con el ordenador a treinta, siguió el televisor y el estéreo  a dos metros, y en ese momento se amplió a unos ocho metros, con el móvil de aquel hombre. Solo se me vino algo a la cabeza, estaba creciendo mi espectro.En todo el camino noté a las personas cuando miraban y discutían con su aparatos en el momento en que yo me iba acercando y como volvía la tranquilidad a sus rostros a la medida que me alejaba. Incluso vi como se apagaban todos los televisores de una tienda de electrodomésticos que estaba en la otra acera. “Quince metros” pensé, mientras miraba a uno de los asesores comerciales de la tienda tratando de encender los aparatos.Después de caminar alrededor de una hora, llegue a mi oficina, pero como era de esperar, a mi llegada se escucho como todos mis compañeros, que ya estaban trabajando hacía media hora, se confundían al ver como sus ordenadores se apagaban, sus Ipods dejaban de funcionar y sus móviles dejaban de dar señales de vida. Me senté en uno de los sofás de la sala de espera, mire hacia abajo y vi como mis piernas y mis manos temblaban, y justo en ese momento escuche una voz que me gritaba “¡Jorge!”, levante mi cabeza y mire que era mi jefe, con su cara de pocos amigos. “¿Y ahora cual es la excusa para llegar a esta hora?”, me preguntó, y no pude responder, solo atiné a llorar como un niño solo en la oscuridad.No me calmaba, mis lágrimas rodaban por mis mejillas, sentía que iba a desaparecer del mundo, que no iba a dejar huella de ningún modo, no había podido siquiera desayunar porque no podía sacar dinero del cajero electrónico y no sabía qué iba a pasar si este espectro seguía creciendo. Mi jefe, al ver que no podía articular palabra por lo alterado que estaba me dió el dia libre, y me despidió con un “vuelve mañana temprano”.Vi en el reloj de la catedral que apenas eran las diez de la mañana y mi reflejo en el vidrio de la vitrina mostraban la imagen de un hombre desaliñado, con los ojos hinchados, con la ropa manchada por el sudor y con cara de desesperación. Me encontraba allí, en medio de la plaza principal de la ciudad, mirando como las personas se alejaban de mí buscando que de alguna manera sus aparatos funcionaran, no podía dejar de preguntarme si eran las diez apenas, cómo estarian las cosas a media noche. Me sentía como un paria, como si la divina providencia me hubiera abandonado, como si fuera un hombre sin Dios.

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