Capitulo 1: La teología de la relatividad.
Alice permanecía de pie en el centro de la habitación. La tranquila expresión de su rostro no reflejaba la angustia y frustración en la que se debatían sus pensamientos.
Oh, Señor. ¿Por qué nos has abandonado?
Ahora que conocemos el destino para el que nos creaste. Cuando inexorablemente nos son revelados los sagrados misterios.
Crecimos y nos multiplicamos, conquistamos las estrellas. Miles de predicadores vagan por el universo con un mensaje que morirá hoy en la Tierra.
Tú que nos diste la vida y la consciencia, que careces de nuestras imperfecciones. ¿Dónde estás ahora que eres el único que puede perpetuar nuestra existencia?
No permitimos que falsos profetas nos atemoricen con falsas premoniciones. Hemos buscado la palabra y la hemos encontrado en el alma con la que nos dotaste. Vivimos solo por el conocimiento de la verdad, comprendiendo, sin descanso, uno tras otro, los enigmas de la creación.
Fuimos concebidos a tu imagen y semejanza. Nos concediste el libre albedrio Nos regalaste la oportunidad de ser tus iguales, de ser dioses. Pero nos has negado el tiempo.
Y hoy se acaba el tiempo.
No hay excepción. Los veinte millones de sabios del planeta anuncian nuestra aniquilación total en 24 horas. La extinción definitiva. El fin del mundo.
Adiós, dijo en voz alta. Y a pesar de sufrir una extraña y profunda sensación de tristeza, fue incapaz de derramar una lágrima.
Capitulo 2: El último ocaso de Alice.
Alice, desnuda, entró en la cámara de tele portación. Quedó pensativa por unos momentos. ¿Dónde quedaría su consciencia si el tele portador se paraba para siempre durante el transito?
Salió y activo con su pie la pantalla principal. Una de las paredes se ilumino al tiempo que pareció hundirse sobre sí misma. Un inmenso y soleado valle se extendió más allá de la pared, Enormes montañas nevadas se erguían orgullosas entre el despreocupado paseo de unas blancas nubes de algodón. El ronroneo de un pequeño rio llenó la habitación, el calor y la humedad se extendieron en el ambiente. En la lejanía unos caballos pastaban junto a una pequeña cascada.
Presionó de nuevo el suelo con su pie y el paisaje desapareció. Las cuatro paredes blancas parecieron palpitar levemente hasta adquirir la tonalidad del acero pulido. El frío y un suave aroma de jazmín dominaron la habitación. Todas estas sensaciones, estos sueños hechos realidad, desaparecerían pronto.
Acarició una de las paredes con la palma de su mano y esta se deslizó a un lado. La siempre majestuosa y sobrecogedora vista de los titánicos edificios de la ciudad la hizo sentir un cálido estremecimiento en el pecho. Millones de torres se extendían uniformes y ordenadas por miles de kilómetros cuadrados. El plomizo gris de las monstruosas construcciones parecía vibrar bajo el castigo de un Sol enfurecido e implacable. El intenso viento refrescó el cuerpo de Alice. Sus pechos resplandecieron al sol como mármol rosado. 1500 metros más abajo se podía sentir la desesperación y la muerte.
Extendió los brazos en cruz y se dejó caer al vacío.
Antes de que el precioso cuerpo mecánico de Alice reventase en mil pedazos contra el pavimento de metal, la más grande de las tormentas solares en la historia del planeta ya había acabado con su vida.
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