Como cada año, la familia se reunió al completo en torno a la mesa del salón para celebrar la cena de Nochebuena. Aquel día resultaba doblemente especial, puesto que en ese 24 de Diciembre, hace dieciocho años, había venido al mundo Amis. Sus padres, Konrad y Anna, no habían escatimado en esfuerzos ni en gastos para hacer de ese día, un día especial para él. La hermana pequeña de Amis, Gertrude, no había perdido detalle de la organización del evento, tan curiosa como era. Desde por la mañana había andado brincando por aquí y por allá, llegando incluso a hacer perder los nervios a su madre en más de una ocasión. Anna insistía en tratarla como a una adulta (a pesar de que esta no había cumplido aún los nueve años) y no había dejado de encomendarle tareas para mantenerla distraída con el fin de que alborotase lo menos posible. “Ayúdame a barrer, trae del mercado estos alimentos, ayuda a poner la mesa…” La casa requería de mucho trabajo para tenerla a punto, y Gertrude, con lo nerviosa que era, acababa siendo el miembro más diligente de la familia, tardando la mitad del tiempo en hacer las cosas respecto a lo que tardaban los demás. La madre ya no sabía qué inventarse, de modo que decidió darse por vencida y dejar que ella eligiese sus propias actividades. Gertrude se marchó entonces a la habitación de su hermano. Eran las doce de la mañana, y Amis seguía en la cama. Estaba despierto (cómo no estarlo, después del jaleo que se había organizado en toda la casa). Miraba al techo y ni siquiera se había percatado de la presencia de su hermana pequeña.
– ¿Qué haces?- preguntó Gertrude, con una sonrisa de oreja a oreja. Su hermano, que apenas movió una pestaña al notar la voz de ella, contestó un tanto fríamente:
– Pienso… Trato de acordarme de cosas…
– ¡Vamos, tienes que levantarte! ¡Es tu día!
Amis giró su cabeza para mirarla extrañado. “¿Mi día? ¿Qué quieres decir con eso?”
La niña no se rindió y le explicó que hoy era el día de su cumpleaños.
– ¡Dieciocho años, Amis! ¡Ya eres mayor!
– ¿Mayor? ¿Qué quieres decir con eso?
Gertrude le contó que las personas, al llegar a esa edad, ya eran consideradas “mayores”. Después, con todo su tesón, consiguió finalmente sacar a su hermano de la cama. Cogiéndole de la mano, le llevó hasta la cocina, donde estaban Konrad y Anna.
Ambos le recibieron con alegría, felicitándole por su cumpleaños.
– ¿Qué se siente al cumplir dieciocho, hijo?- le preguntó Konrad.
– Me siento igual que ayer, e imagino que al final del día me seguiré sintiendo de la misma forma… ¡No comprendo vuestra forma de pensar!
Pasaron las horas hasta que el reloj del salón marcó las nueve de la noche. Todos estaban sentados a la mesa… menos Amis.
“Anda, hija, ve a buscarle…” le dijo Anna a Gertrud. Esta, ni corta ni perezosa, subió la escalera y llegó hasta el dormitorio de su hermano. Allí estaba él, de nuevo tumbado mirando al techo.
– ¿Otra vez ahí? ¡Levanta, que ya es Nochebuena!
Amis de nuevo se mostró extrañado.
– ¿Qué es eso de Nochebuena?
– ¡Todos los años lo celebramos! ¿No te acuerdas? ¡vamos, en pie! ¡Te tengo que poner guapo para la cena!
– Gertrude ayudó a Amis a quitarse el pijama que había llevado durante todo el día, y le eligió camisa, pantalones y zapatos. Una vez abajo, ya sentado Amis en su sitio preferente (presidiendo la mesa), comenzaron a cenar. Amis era el único que no probaba bocado.
– ¿Te pasa algo, Amis?- dijo Anna.
– No sé, no sé… Tengo la sensación de que todo esto es nuevo para mí, que nunca ha existido hasta ahora… Me siento extraño…
La niña, que se encontraba sentada al lado de su hermano, dijo mirándole muy fijamente: “Bueno, es normal… en un robot…” Anna, la miró con ojos encendidos y la reprendió duramente: “¿Qué has dicho, niña? ¡Ahora mismo te vas a ir a tu cuarto, castigada!” Gertrude, parecía que comenzaba a ser consciente de su metedura de pata. Amis la miró comenzar a llorar mientras se levantaba y abandonaba la mesa.
– Madre ¿qué ha querido decir?
– ¡Estos niños, ya se sabe… Viven en un mundo de fantasía y…!
Anna no pudo terminar esta frase porque fue interrumpida por Konrad, que dijo en un tono solemne:
– No, Anna. Creo que ya es hora de que sepa la verdad. Haber estado ocultándoselo durante más tiempo habría sido cruel para él…
Konrad miró seriamente a Amis para comenzar un largo monólogo:
“Amis, tú no eres realmente humano. Eres… ¿cómo decirlo? Nuestra esperanza, la esperanza de Anna y mía. En esta casa, antes que tú, hubo otra persona. Todo en ella era idéntico a como ahora eres tú: el nombre, el físico, el carácter… Amis fue nuestro hijo, un adolescente de diecisiete años que dejó de vivir hace un año, cuando sufrió un accidente yendo en autobús junto a un grupo de personas que también perecieron. Su fallecimiento fue un duro golpe para Anna y para mí… No sabíamos qué hacer, habíamos perdido la ilusión por la vida. Entonces, un día, tu madre me propuso devolver a la vida a Amis. Ahora la ciencia ha hecho posible esto. Yo no lo veía del todo claro, pero deseaba devolverle la ilusión a mi mujer, para que al menos, uno de nosotros fuese más o menos feliz. Y, de esa propuesta, surgiste tú… Ahora, la normalidad se ha reestablecido en la casa. Parece como si nada hubiese pasado. Hemos tratado de olvidar… Pero, claro, Gertrude es todavía una niña y a veces se le escapan algunas cosas… No sé cómo no pudimos sopesar esta posibilidad, pero casi ha sido mejor: ahora ya lo sabes todo, hijo…”
Después de escuchar todo aquello, la palabra “hijo” resonó extrañamente dentro de Amis. ¿Cómo asumir todo aquello?
– ¡Amis, di algo… no te quedes callado, por Dios!- soltó Anna.
Amis se levantó de la mesa y corrió hacia la puerta de entrada de la casa, la abrió y salió dejándola sin cerrar tras de sí.
Gertrude miró a través de la ventana de su dormitorio a Amis correr fuera e la casa para adentrarse en el bosque.
Amis no volvió a aparecer, nadie pudo encontrarle. El terrible secreto nunca salió de aquellas cuatro paredes. Ese 24 de diciembre, Gertrude se hizo adulta.
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